Zadig, o el Destino/Capítulo XI

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Capitulo XI.
La hoguera.

Embelesado Setoc hizo de sti esclavo su mas íntimo amigo, y no podia vivir sin él, como habia sucedido al rey de Babilonia: fué la fortuna de Zadig que Setoc no era casado. Descubrió este en su amo excelente índole, mucha rectitud y una sana razon, y sentia ver que adorase el exército celestial, quiero decir el sol, la luna y las estrellas, como era costumbre antigua en la Arabia; y le hablaba á veces de este culto, aunque con mucha reserva. Un dia por fin le dixo que eran unos cuerpos como los demas, y no mas acreedores á su veneracion que un árbol ó un peñasco. Sí tal, replicó Setoc, que son seres eternos que nos hacen mil bienes, animan la naturaleza, arreglan las estaciones; aparte de que distan tanto de nosotros que no es posible ménos de reverenciarlos. Mas provecho sacais, respondió Zadig, de las ondas del mar Roxo, que conduce vuestros géneros á la India: ¿y por qué no ha de ser tan antiguo como las estrellas? Si adorais lo que dista de vos, tambien habeis de adorar la tierra de los Gangaridas, que está al cabo del mundo. No, decia Setoc; mas el brillo de las estrellas es tanto, que es menester adorarlas. Aquella noche encendió Zadig muchas hachas en la tienda donde cenaba con Setoc; y luego que se presentó su amo, se hincó de rodillas ante los cirios que ardian, diciéndoles: Eternas y brillantes lumbreras, sedme propicias. Pronunciadas estas palabras, se sentó á la mesa sin mirar á Setoc. ¿Qué haceis? le dixo este admirado. Lo que vos, respondió Zadig; adoro esas luces, y no hago caso de su amo y mio. Setoc entendió lo profundo del apólogo, albergó en su alma la sabiduria de su esclavo, dexó de tributar homenage á las criaturas, y adoró el Ser eterno que las ha formado.

Reynaba entónces en la Arabia un horroroso estilo, cuyo orígen venia de la Escitia, y establecido luego en las Indias á influxo de los bracmanes, amenazaba todo el Oriente. Quando moria un casado, y queria ser santa su cara esposa, se quemaba públicamente sobre el cadáver de su marido, en una solemne fiesta, que llamaban la hoguera de la viudez; y la tribu mas estimada era aquella en que mas mugeres se quemaban. Murió un árabe de la tribu de Setoc, y la viuda, por nombre Almona, persona muy devota, anunció el dia y la hora que se habia do tirar al fuego, al son da atambores y trompetas. Representó Zadig á Setoc quan opuesto era tan horrible estilo al bien del humano linage; que cada dia dexaban quemar á viudas mozas que podian dar hijos al estado, ó criar á lo ménos los que tenian; y convino Setoc en que era preciso hacer quanto para abolir tan inhumano estilo fuese posible. Pero añadió luego: Mas de mil años ha que estan las mugeres en posesion de quemarse vivas. ¿Quién se ha de atrever á mudar una lej consagrada pur el tiempo? ¿ni qué cosa hay mas respetable que un abuso antiguo? Mas antigua es todavía la razon, replicó Zadig; hablad vos con los caudillos de las tribus, miéntras yo voy á verme con la viuda moza.

Presentóse á ella; y despues de hacerse buen lugar encareciendo su hermosura, y de haberle dicho quan lastimosa cosa era que tantas perfecciones fuesen pasto de las llamas, tambien exâltó su constancia y su esfuerzo. ¿Tanto queríais á vuestro marido? le dixo. ¿Quererle? no por cierto, respondió la dama árabe: si era un zafio, un zeloso, hombre inaguantable; pero tongo hecho propósito firme de tirarme á su hoguera. Sin duda, dixo Zadig, que debe ser un gusto exquisito esto de quemarse viva. Ha, la naturaleza se estremece, dixo la dama, pero no tiene remedio. Soy devota, y perderia la reputacion que por tal he grangeado, y todos se reirian de mí si no me quemara. Habiéndola hecho confesar Zadig que se quemaba por el que dirán y por mera vanidad, conversó largo rato con ella, de modo que le inspiró algun apego á la vida, y cierta buena voluntad á quien con ella razonaba, ¿Qué hiciérais, le dixo en fin, si no estuviérais poseida de la vanidad de quemaros? Ha, dixo la dama, creo que os brindaria con mi mano. Lleno Zadig de la idea de Astarte, no respondió á esta declaracion, pero fué al punto á ver á los caudillos de las tribus, y les contó lo sucedido, aconsejándoles que promulgaran una ley por la qual no seria permitido á ninguna viuda quemarse ántes de haber hablado á solas con un mancebo por espacio de una hora entera; y desde entónces ninguna dama se quemó en toda Arabia, debiéndose así á Zadig la obligacion de ver abolido en solo ua dia estilo tan cruel, que reynaba tantos siglos habia: por donde merece ser nombrado el bienhechor de la Arabia.