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tazos, sin hilación y sin criterio, no servirá más que para depravar su pobre inteligencia. Pervertido de este modo, si es débil, se someterá, al menos en apariencia, y pedirá su fortuna á la hipocresía, á la mentira y al fraude; si es fuerte, el mejor día aullará su odio y se erguirá, ingrato, sublevado y libre, con gran estupefacción de sus bienhechores, aterrados ante semejante monstruo.

Si es una muchacha, será peor todavía, porque en una sociedad que no es la suya, poniéndose vestidos de desecho é imitando peinados, habrá aprendido todas las coqueterías y todos los gestos habituales de las mujeres que han nacido ricas, y sufrirá más difícilmente las diferencias y las desigualdades, sobre todo si sabe que es guapa. Acaso, entonces, le ocurra la aventura del corredor. Envidiosa y celosa, no se escapará como el hombre, pues no sabría qué hacerse fuera de su servidumbre, después de haber crecido en la pereza y sin tener por tarea más que perfumar el cabello de la señorita ó recoser sus encajes...

Habrá también leído las novelas de la señora...

Berta las había leído.

Y la señora de Reteuil daba prueba de un gusto muy singular en su literatura preferida, pues se complacía con pasión en leer esos folletines tenebrosos en los que no hay más que muertes, asesinatos, robos, raptos, violaciones, duelos y sustituciones de niños; siempre lágrimas y sangre, truenos y alaridos. La joven Berta instruyó su alma en esa escuela; pero no fué de allí de donde sacó la parte de buen sentido que poseía.

En una mañana de mayo, el señor vizconde Jacobo de Valroy fué llevado con gran pompa á casa del guarda y confiado á la nodriza por el Conde mismo, que prodigó los consejos y las recomendaciones.

Berta escuchó á Juan con la cabeza baja y evitando