Bernardino Rivadavia (VAI)

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BERNARDINO RIVADAVIA.



BERNARDINO RIVADAVIA


(1780 - 1845)




I.


B

ERNARDINO Rivadavia nació en Buenos Aires el 20 de mayo de 1780, de padres honorables. Habiendo recibido los rudimentos del saber en la Escuela del Rey, ingresó luego en el Colegio de San Carlos, donde cursó latinidad bajo la sabia dirección de don Carlos Fernández, maestro de la mayoría de los prohombres de la Independencia argentina, y á quien Rivadavia se hizo un deber de proteger cuando tuvo influencia en el gobierno del país. De 1799 á 1801 frecuentó las aulas de filosofía como alumno del doctor don Valentín Gomez, elocuente tribuno más tarde del partido unitario.

Indeciso sobre la carrera que debía seguir, se ensayó con mal éxito en el comercio, abriendo por último estudio de agente de negocios judiciales. Cuando las invasiones inglesas pusieron á prueba el valor y el patriotismo de los hijos de la tierra, Rivadavia formó en las filas del cuerpo de gallegos con el grado de capitán. En las disensiones ocurridas después de aquellos gloriosos días entre Liniers y el alcalde Álzaga, Rivadavia se puso del lado del primero, por que entonces representaba los intereses jenuinos de los criollos.

La Revolución de Mayo le encontró al servicio de las ideas proclamadas en ese acto, siendo uno de los que en el Cabildo abierto celebrado el día 22, acompañó con su voto á los que defendían el derecho exclusivo del pueblo para conferir la autoridad y el mando.

El 23 de setiembre de 1811 Rivadavia hizo su aparición en los gobiernos de la Revolución, entrando á desempeñar el puesto de Secretario de guerra del Triunvirato establecido ese día, en cuyo puesto y el de Secretario de gobierno continuó hasta el 8 de octubre del siguiente año.

Rivadavia fué el inspirador del Triunvirato: á su espíritu liberal y progresista se debe principalmente la primera ley de libertad de imprenta, dictada en 1811, y el Estatuto Provisional jurado el 1º de diciembre de dicho año, siendo de mencionar también la severa y sangrienta represión que se dió á la conspiración intentada por los españoles de Buenos Aires en julio de 1812. La victoria de Tucumán corresponde igualmente al período en que Rivadavia desempeñó la secretaría del Triunvirato.

Habiéndosele confiado una misión diplomática en unión de Belgrano, cerca de los gobiernos inglés y español (1814), permaneció en Europa hasta fines de 1820. Allí desempeñó repetidas comisiones diplomáticas de alta importancia, ya ante la corte de España, de donde fué expulsado, o bien ante los gabinetes de Francia é Inglaterra. En todas esas negociaciones Rivadavia buscaba los medios de resolver por la diplomacia, los problemas políticos y militares que se agitaban en su patria, estableciendo al efecto en ella un gobierno monárquico con un príncipe europeo de buena familia á la cabeza.


II.

La caída del último Directorio fué la señal de una evolución orgánica del pueblo argentino, pues aun cuando pareció prevalecer el interés local de las provincias, y aun de las ciudades sobre los intereses generales de la nación, estos se mantuvieron palpitantes, sin embargo, en cada uno de los miembros dispersos, pero no disueltos, que la componían. Buenos Aires, poniéndose entonces al frente de la organización provincial, como antes se había colocado á la cabeza de la revolución armada, inició un periodo de reformas que es célebre en la historia de la República. Fatigada la sociedad de las convulsiones de 1820, confió su suerte á dos notables políticos, don Bernardino Rivadavia y don Manuel José Garcia, quienes echaron los cimientos de la reorganización de la provincia respondiendo á las nuevas exigencias sociales y al espíritu dominante en los publicistas más liberales de su tiempo. Esto ocurría á fines de 1821.

La creación del Banco de Descuentos y el establecimiento del sistema representativo; la educación, la industria, las bellas artes, todo recibió un impulso vigoroso de la hábil é inteligente dirección de ambos. Las cuestiones económicas fueron del resorte exclusivo de Garcia, quedando el departamento de gobierno y relaciones exteriores á cargo del sujeto eminente que motiva estas líneas.

Al organizarse el nuevo gabinete se tuvieron en vista dos fines: 1º crear el tipo de un Estado federal, pues se admitía de plano que era imposible constituir el país bajo el sistema unitario; 2º consolidar la unión nacional, tomando por punto de partida la reorganización de las intendencias formadas en virtud de las leyes nacionales dictadas por los gobernantes que las habían regido hasta principios de 1820.

La ley de olvido sancionada el 6 de mayo de 1822 por la Cámara de Representantes, puso un sólido cimiento á la paz de la provincia, mientras que por la de 6 de agosto del mismo año facultó al Poder Ejecutivo de la misma, para megociar la terminación de la guerra civil en el de las provincias argentinas. Con este objeto, y para allanar todas las dificultades al más pronto y seguro restablecimiento del gobierno de la nación, fué enviado en 1823 el doctor don Diego Estanislao Zavaleta munido de instrucciones que honran altamente al señor Rivadavia, que las suscribió.

La ocupación de la Banda Oriental por parte de los portugueses, y la usurpación que, al amparo de la fuerza y opresión del indomable valor de sus habitantes, habían hecho en ella, arrebatando así á las Provincias Unidas del Río de la Plata una de sus más ricas comarcas, no fué mirada con indiferencia por Rivadavia. Al mismo tiempo de haberse enviado á Río Janeiro un comisionado especial para reclamar su disolución, Rivadavia declaró en un documento publicó de primera importancia, que la recuperación de aquel territorio era causa nacional, y que agotados los medios pacíficos, en cuya eficacia confiaba plenamente, no quedaría más recursos que apelar á las armas. La reforma eclesiástica y militar, eran una consecuencia forzosa del plan adoptado por el ministerio del gobernador Rodríguez; por eso su ministro de gobierno la afronto con la noble entereza con que acometía todas las empresas tendentes á garantir la libertad de pensar, y la libertad de ejercer ampliamente los derechos políticos.

La reforma eclesiástica fué, sin embargo, piedra de toque que produjo la constitución de un partido opositor, formado con los restos del antiguo partido directorial.

El combate fué rudo; mas estudiando con calma las diversas faces que presentó la lucha es imposible desconocer la inmensa ventaja que tenían sobre sus opositores, los que en la prensa diaria defendían la política del ministerio. El Centinela, periódico inspirado por Rivadavia y escrito en gran parte por don Juan Cruz Varela, sostenía la contienda con severa dialéctica. En los escritos doctrinarios exponía las causas y los motivos de la reforma, fundándose en las prácticas de los gobiernos libres y civilizados de la Europa, y en los antecedentes legales de jurisprudencia civil y canónica. Pero donde campeaban los escritores oficiales con plena libertad, era en la crítica, festiva y maliciosa á veces. Los epígramas y las burlas de buena ley, brotaban como de fuente natural, del ingenio travieso de Varela.

Rivadavia era sin embargo un filántropo: por eso no olvidó á los huérfanos, á los desheredados del hogar, y al mismo tiempo que creaba la Sociedad de beneficencia, buscaba en ella una garantía para asegurar la existencia de las infelices criaturas confiadas á su dirección. Ese mismo hombre inspirándose en la alta influencia que ejerce el clero en las sociedades católicas, quiso hacer su acción benéfica en sumo grado, é instituyendo las conferencias semanales sobre moral religiosa, elocuencia sagrada y derecho canónico, llamarlo á tomar una parte honrosa, por que es eminentemente civilizadora, en la educación del pueblo.

Fué de este modo que aquel eminente ciudadano continuó su plan de reformas respecto del sistema colonial que había imperado hasta entonces.

La nueva era que abrieron para el país esas instituciones implantadas con arrojo fueron la simiente del progreso en el orden social argentino.

Rivadavia estableció recompensas públicas y concedió honores al mérito, por que creía que era misión de los gobiernos excitar una emulación activa á fin de fomentar el adelantamiento de las artes, de las ciencias y de las letras; y perpetuar también la memoria de los hombres distinguidos, para inspirar amor á la virtud y al saber. Creó la universidad de Buenos Aires, habilitando los gabinetes de física y de química con los instrumentos necesarios. Fundando la enseñanza de la economía política, innovando, en fin, en la escala que los exiguos recursos del estado lo permitían, Rivadavia elevó su nombre á esa región serena donde se coronan de luz los grandes ciudadanos.


III.

Al terminar el período administrativo del general Rodríguez, Rivadavia determinó alejarse de la vida pública, negándose por tres veces á aceptar en la nueva administración los ministerios que había desempeñado en la anterior. Á mediados de 1824 se trasladó á Londres sin carácter público, regresando á Buenos Aires á fines de octubre de 1825. Durante ese intervalo desempeñó el alto empleo de ministro plenipotenciario cerca del gobierno inglés, y el puesto de presidente honorario de la compañía de minas establecida en Londres, con arreglo al decreto del gobierno de Buenos Aires promulgado en 24 de noviembre de 1823.

Elegido presidente de la República por el Congreso Constituyente el 7 de febrero de 1826, prestó juramento el siguiente día, revelando en su breve discurso la intención que lo animaba.

Con la elevación de Rivadavia á la presidencia de la República, la ley de la capitalización dé Buenos Aires y la constitución unitaria dictada poco después, en vez de darse una solución á las cuestiones pendientes, se complicaron más aún. La guerra que sostenía la República con el Imperio del Brasil, y las cuestiones de orden interno que debía resolver el Congreso, imponían al presidente electo una circunspección y una presencia de espíritu de que no carecía ciertamente Rivadavia. Sin embargo, la guerra civil encendida en las provincias, y la oposición del partido localista en Buenos Aires, contribuyeron á dificultar la marcha regular del ejucutivo nacional. Pero el suceso que le determinó al fin á abandonar las riendas del poder, fué el tratado celebrado por don Manuel Garcia con el Brasil, que dejaba en poder del enemigo la provincia oriental, amenguado el honor de la nación, y esterilizados los triunfos alcanzados por el ejército. Desde ese instante no le quedó mas camino que renunciar, después de negar su aprobación al tratado suscrito por Garcia (27 de julio de 1827).

En su corta administración, Rivadavia prestó toda su atención, no sólo á las urgencias de la guerra, sino también al fomento de los establecimientos debidos en gran parte á su iniciativa como ministro del gobernador Rodríguez. La universidad, el colegio de estudios eclesiásticos, el departamento topagráfico, la facultad de medicina y otros muchos establecimientos, sintieron los efectos de su mano, pródiga de cuanto contribuyera al adelantamiento de su patria.

Tal es el pálido reflejo de la vida pública de uno de los más ilustres argentinos, vida que exige para ser narrada, no estas breves líneas, sino muchos volúmenes, la pluma de un historiador y el corazón de un patriota austero.

Terminada así su carrera política, comienza un nuevo período en la existencia de este grande hombre.


IV.

Después de la revolución del 1º de diciembre de 1828 realizada por su partido, pero en la cual no tomó participación ninguna, permaneciendo entre tanto á la expectativa de los sucesos, Rivadavia se alejó de las playas de su patria y emprendió el tercer viaje á Europa. En marzo de 1830 se encontraba en París, y desde allí fortalecía con su palabra sincera el ánimo vacilante de sus amigos del Plata, que trepidaban aún sobre la conveniencia de adoptar la forma republicana de gobierno. «Vd. me expresa, decía á uno de ellos, que el mal éxito que han tenido hasta el presente todos los ensayos de gobierno que se han puesto á la prueba bajo formas republicanas en las nuevas repúblicas, ha desesperado en tal grado á esos pueblos, que empiezan á inclinarse y preferir el sistema monárquico: esta es la más funesta y triste prueba de su incapacidad. Mi amigo; las causas del mal no son las formas, los principios, ni el sistema: son la desproporción de la población con el territorio, la falta de capitales, la ignorancia é imperfección social de los individuos, y las consecuencias del sistema colonial y de la guerra de la Independencia. Es un error que aleja el conocimiento de las verdaderas causas de los males, que los aumenta y hace mayores, el suponer que la adopción de los principios y formas republicanas en esos países, ha sido por elección, preferencia de opiniones y de doctrinas. No: ella ha resultado sin previa deliberación, de la fuerza de las cosas, de los únicos elementos sociales que tienen esos pueblos y de la fuerza irresistible del movimiento general de nuestro siglo, del que es una parte y depende inmediatamente emancipación y formación de esos estados. Á pesar de lo infelices que son esos pueblos, gemirían en una situación aún peor, si para obtener ó conservar su independencia, hubieran adoptado y conseguido establecer el sistema monárquico. »

Y dominando de una sola mirada el pasado, el presente y el porvenir de su patria, escribía estas inspiradas palabras que son el mejor elogio de su previsión y de sus largas vistas: « En mi concepto lo que más retarda una marcha regular y estable en esas Repúblicas, proviene de las vacilaciones y dudas, que privan á todas las instituciones de esa fuerza moral que les es indispensable, y que sólo pueden darla el convencimiento y la decisión. Para mí es evidente, y me sería muy fácil demostrarlo, que los trastornos de nuestro país provienen, mucho más inmediatamente de la falta de espíritu público y cooperación en el sostén del orden y de las leyes, por los hombres de orden, que de los ataques de los díscolos, ambiciosos sin méritos ni aptitudes y codiciosos sin industria... »
V.

En mayo de 1833 encontrábase aún en París donde principió la traducción de los Viajes de Azara, el libro mejor y más exacto que hasta entonces se habia publicado sobre las ricas comarcas que baña el Plata con sus raudales. « Él la emprende, dijo en el prefacio del traductor, por que no pudiendo dejar de pensar constantemente en su patria, á pesar de todas las injusticias de sus compatriotas contemporáneos, cuando hace más de cinco años que toda la República Argentina se degrada y arruina cada día más á fuerza de grandes y repetidas calamidades naturales, de sucesos adversos, y sobre todo de los errores y violencias de sus propios ciudadanos Los más capaces, y por lo tanto los más interesados en sostener un orden fundado en leyes que protejan igualmente todas las opiniones y todos los intereses. En tan desgraciada situación, añadía, no siendo ni digno, ni posible separar su ánimo de la contemplación de tan cara y amada patria, ha creído el mejor recurso para aliviar su espíritu, el ocuparlo en lo mejor que se ha escrito sobre su país.... Bernardino Rivadavia espera hallar en esta ocupación algún alivio, y hacer algo de una utilidad que dure.... »

Los conceptos transcriptos revelan cuál era entonces la tribulación de su noble y generoso espíritu, cuál el grado de intensidad de sus padecimientos morales y el de su preclaro patriotismo. Esas páginas escritas con el calor que sólo sienten los hombres honrados, los que llevan al árido campo de la política no el deseo inmoderado del lucro, sino el anhelo de legar á su patria paz, libertad y progreso, constituyen la más completa apología de su vida pública.

« Los momentos en que da principio á este entretenimiento, decía en el mismo prólogo ó advertencia del traductor, son unos de los más tristes de su vida, por que acaba de leer una carta que con fecha 22 de febrero de 1833 lo há dirigido desde Montevideo su digno amigo el señor D. Julián Agüero, en que sin instruirlo, ni darle consuelo alguno sobre la situación de su esposa ni hijos, ni recuerdo de amigo alguno, después de describirle la extrema degradación de su desventurada patria, le participa la muerte.... del respetable comerciante de origen alemán Federico Schmalling, acaso el mejor amigo de Bernardino Rivadavia; y sin duda, el único de quien ha recibido favores en sus desgracias. Á pesar de lo violento y humillante que le es, por el ningún honor que tal suceso hace á su país, él debe declarar que dicho anciano, de un juicio recto y de un corazón generoso, es el solo hombre que en todo su país haya cuidado de sus intereses hasta el día, y le hubiese servido en Europa con su crédito. ¡Hombre venerable, digno de mejores y más prolongados días: tú no dejas descendiente que herede tu nombre y tus derechos á la gratitud de Bernardino Rivadavia! Pero tu memoria, no sólo le acompañará todo el resto de su vida: él aprovechará toda ocasión de honrar tu nombre, y dejará recomendado á sus hijos que al tributar algún honor á la memoria de su padre, consagren una parte de él á la de su generoso y verdadero amigo, el venerable Federico Schmalling! »

Encontrándose en tan triste situación de espíritu, de sus amigos y ultrajado por los que no lo eran, sin un celoso guardián de sus cortos bienes ni un compañero fiel á quien confiar sus cuitas y sus dolores, Rivadavia fué acusado de traidor á la causa de América: Rivadavia, se dijo entonces, trabaja activamente en Europa por levantar en su patria el solio de un monarca. Cuando llegó á sus oídos tan torpe calumnia, no pudo contenerse, é inmediatamente se dió á la vela para el Río de Plata, teniendo la nobleza de presentarse en Buenos Aires, á fines de abril de 1834, para vindicarse de las acusaciones que se le hacían. Su inesperado arribo produjo honda emoción en los hombres que gobernaban el país. Pero ni Viamont, que estaba al frente del gobierno, ni don Tomás Guido, ni menos aun su antiguo colega don Manuel José Garcia, ambos ministros de aquél, vieron en el patriota honrado al ciudadano inerme, herido en su honor. Creyeron que su permanencia en Buenos Aires sería peligrosa, y no vacilaron un instante en arrancarle de su hogar entristecido, ordenándole reembarcarse apenas trascurridas pocas horas de su llegada. Esto tenía lugar el 28 de abril: en octubre la Junta de Representantes aprobó la conducta observada por el gobierno.


VI.

Rivadavia se asiló en la República Oriental, dedicándose, en una estancia situada en las inmediaciones de la Colonia, á las tareas rurales; pero una orden violenta de deportación expedida por el gobierno oriental, á instigaciones de Rosas, le arrancó de sus faenas de campo, para arrojarlo en el camino del destierro junto con otros argentinos eminentes. Cuando en 1838, por disposición de un nuevo gobierno establecido en Montevideo, regresaron al país los argentinos deportados por don Manuel Oribe, Rivadavia no quiso volver, permaneciendo entre tanto en Santa Catalina, en el Brasil.

Desde entonces vivió en un completo aislamiento de sus compatriotas, á quienes se negaba á recibir pretestando que Bernardino Rivadavia había acabado ya para los argentinos. Errante y peregrino, entristecido y desolado, rindió al fin su atribulado espíritu en la ciudad de Cádiz el 2 de setiembre de 1845. Tres años antes, al despedirse en Río Janeiro de Florencio Várela, después de haberle entregado todos sus papeles de carácter histórico, le había manifestado que no volverían á verse más en este mundo, palabras que denotan el presentimiento que tenia ya de su cercano fin.

« Era Rivadavia un pensador lógico y ensimismado, al mismo tiempo que un patriota austero y generoso, ha dicho con admirable acierto José Manuel Estrada. Teorizador como Sieyes, imperativo como Moreno, era de inteligencia más dócil que el primero y de carácter más suave que el segundo, merced á la experiencia de una vida política más larga y más azarosa. Fué monarquista hasta 1820, por que era un representante franco de las arrogancias urbanas y aristocráticas: 1820 lo redime. Sométese á los hechos y reconoce el triunfo de la soberanía popular. Al acometer la empresa de regularizarla, yerra esterilizándola bajo el imperio de un centralismo absorbente. ¡ Cuánta grandeza, empero, no revela al lado de estas debilidades si contemplamos su acción civilizadora, inspirada por esta idea — que los pueblos no son libres sino en la medida de su fuerza moral, es decir, en la medida de su instrucción! ¡Cuánta grandeza en su esfuerza acrecentar la riqueza del país, y con ella la independencia de los hombres y su aptitud para la civilización que procuraba fomentar en las escuelas, en los parlamentos, en la prensa y en las bellas artes! No le es dado, sin embargo, transformar su espíritu, y Rivadavia, después de la abjuración de 1820, pasó de una teoría á otra teoría por que era un filósofo, y de una intransigencia á otra intransigencia por que era formado del barro y de la luz con que son amasados los grandes caudillos y los grandes propagandistas.

« Su unitarismo exigente, sus abstracciones constitucionales le perdieron y perdieron á su partido. Había dos cosas de que Rivadavia jamás dudaba: de sí mismo y de la eficacia de sus principios. Era tanta su influencia sobre el partido unitario que todo él lo reflejaba. En la pertinacia de sus propósitos, en el rigorismo implacable de su lógica, en el fausto literario de sus discursos y de sus documentos oficiales, el partido se revelaba como hecho á imagen y semejanza de Rivadavia. Desencantado por el cataclismo de 1827, abandonó la arena antes de defenderla con venganzas sanguinarias, y de todas las temeridades de su partido que siguieron á la revolución de 1828, es inocente aquella alma impregnada de candor y de fortaleza, que hacía varonil confesión de sus errores, en medio de las amarguras de la derrota y del destierro, aleccionado por la experiencia y los libros en la triste vejez que le deparó la tiranía. »

Rivadavia fué además un grande hombre honrado, y es ésta rara cualidad de los hombres públicos, la que el pueblo de la República conmemoró al celebrar su primer centenario.