Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo IX

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Carretillas. -Dueños de tropas. - Lomes. -Almada. -Don Lorenzo. -Caballos; lo poco que se estimaban; su tratamiento. -Apatía de la policía. -Lo que pasa en el día. -White y Bell. -Tropas de carros. -Nuevo sistema. -Primera introducción de animales en el país. -Corambre en 1809. -Caballos de raza.

I

En el capítulo II hemos hecho mención de las carretillas que servían para embarcar y desembarcar pasajeros, equipaje y mercaderías; las haremos conocer ahora, más detalladamente. Servían éstas, para todo el tráfico interior como lo hacen hoy los carros de varas: eran construidas de madera liviana, los costados formados de listones de madera o de caña tacuara cubiertos con un cuero de potro y tirados a la cincha.

Había varios carretilleros o dueños de tropas de carretillas, siendo los principales, un Lomes que tenía su corralón en la calle Cangallo, entonces de la Merced, como a 10 o 12 cuadras de la iglesia de este nombre; no escaseaban en esos barrios, hoy tan poblados, los enormes cercos de tuna y pita y los profundos pantanos; un Almada cerca del Parque y don Lorenzo en la calle Larga de Barracas; los primeros se ocupaban del trabajo del río, la Aduana y las calles, y el último servía a los barraqueros.

Veamos cómo se manejaban en aquellos tiempos estos señores dueños de tropa.

Hacían traer cien o más caballos gordos, de su propiedad o alquilados a algún estanciero por poco más que nada, y trabajaban con ellos hasta que ya no podían moverse de flacos o caían muertos de cansancio y postración. Más barato les parecía mandar al campo por otros, que mantener bien los que ya tenían a su servicio.

Comían mal y cuando no estaban trabajando los soltaban en un corral, entre el barro y a la intemperie. La rasqueta y el cepillo eran artículos de lujo, desconocidos en esos establecimientos; cuando más, raspaban los carretilleros, las patas y el lomo de los más embarrados, con el dorso de su cuchillo que luego limpiaban en la cola del mismo pobre animal.

Debido, sin duda, a la inmensa cantidad de caballos que poseíamos, provenía el poco aprecio que se tenía en general de este noble animal. Podía comprase entonces, un buen caballo para trabajo por 2 o 3 pesos y aun menos, y el estanciero jamás negaba al viajero necesitado, uno o más caballos, sin preocuparse siquiera de su devolución.

En tan poco se tenía en esos tiempos la vida de estos útiles servidores del hombre, primer elemento en todos los trabajos productivos, que era frecuente ver un paisano bajarse del caballo en medio del campo y degollarlo por haberse cansado y no poder andar más. Acto bárbaro, debido en parte a su modo de ser semi-salvaje, y en parte a la facilidad que toma de reponer su pérdida.

Estas mismas causas obraban para que los carretilleros diesen un tratamiento tan brutal a los caballos con que ganaban el pan. Escenas repugnantes se repetían diariamente en nuestras calles; por ejemplo, descargar terribles y repetidos golpes con el cabo del arreador (construido de madera dura del Paraguay), sobre la cabeza de algún pobre caballo que carecía de fuerza para salir de un pantano, dejándolo muchas veces sepultado allí, y dándole luego cuenta a su patrón, como de la cosa más natural del mundo.

Estos actos, como hemos dicho ya, se repetían con lamentable frecuencia, causando admiración y horror al espectador, muy especialmente al extranjero, no habituado a tales muestras de barbarie; y esto, sin la menor intervención por parte de la policía.

¡Quién creería que después de más de medio siglo, y con todo nuestro progreso y civilización, aun hubiera que deplorar igual torpeza en pleno 1879! Sin embargo, a fines de dicho año, leíamos en uno de nuestros periódicos lo siguiente:

«Desde tiempo atrás venimos pidiendo a gritos a la Municipalidad, que vea de impedir los abusos salvajes con que llenan los carreros nuestras calles y nuestros diarios, de escenas deplorables.

»La Municipalidad se hace sorda y se escuda en reglamentos de carga para los carros, que nadie se ocupa en hacer cumplir.

»Nuestra prédica ha hecho camino, no en la Municipalidad, sino en el pueblo, que no quiere tener que avergonzarse con la complicidad de algunas autoridades, en la bárbara conducta de los carreros.

»Lea el pueblo la invitación que sigue, y cuya publicación se nos pide. El Presidente de la Municipalidad debía de ser uno de los asistentes a esa reunión, ya que tiempo tiene hasta para ocuparse de la santificación de las fiestas, y declarar bajo su firma 'que las costumbres se relajan con el trabajo y se dignifican con el ocio'.

»Meeting. -Se pide la asistencia de todos los que simpaticen con su idea generosa, al que tendrá lugar esta noche, a las ocho, en el salón adjunto a la Iglesia Americana, calle Corrientes 214, para tomar en consideración el mejor medio de cortar los abusos inhumanos que cometen los carreros con sus animales en las calles de Buenos Aires.»

II

Hecha esta digresión que hemos creído oportuna, volvamos a lo que pasaba en aquellos tiempos. En el estado que hemos referido, con ligeras modificaciones, existían las cosas, hasta que los señores Bell y White, en 1830, introdujeron, con satisfacción de todos, sus tropas de carros, de la forma que hasta hoy se conocen. Estos mismos han mejorado últimamente, pues la Municipalidad dispuso que todos los carros del tráfico fuesen montados sobre elásticos.

Tomaron buenos caballos, establecieron el sistema de tiro al pecho y cadeneros; construyeron establos confortables, racionaban y cuidaban bien sus caballos, y, finalmente, probaron prácticamente que era más económico mantener bien un par de caballos maestros, que estar mudando a cada paso animales chúcaros y engordados a campo, engorde que, como todos saben, no es duradero.

Con este sistema, lograron, a más de tener bien servidos sus carros, vender a buen precio muchas parejas de buenos caballos para los carruajes, que ya empezaban a ser más numerosos.

Después de White y Bell, muchos establecieron tropa de carros, pero ellos fueron los iniciadores de esta importante mejora.

El haber hablado de las carretillas de aquellos días, nos ha traído, insensiblemente, a ocuparnos también de los animales.


III

Debemos a la España la introducción en nuestro país de los primeros caballos y ganado vacuno que, aun cuando en corto número, dieron origen a los millones de animales que han constituido por años, una de nuestras principales fuentes de riqueza.

Los señores Robertson dicen en su obra, que cuando uno de ellos llegó a Buenos Aires en 1809, se encontraban en las barracas sobre el Riachuelo, tan abarrotados sus inmensos galpones y corredores, de toda clase de frutos del país, tan grande era la cantidad de corambre vacuno y caballar, que los barraqueros se veían obligados a hacer enormes pilas de cueros en sus patios y corralones.

Se calculaba en tres mellones los cueros vacunos depositados en aquella época, sin contar los de potro, la cerda y el sebo que acondicionaban también en cueros, especie de fardo que llamaban chigua.

Allá por el año 1820, llegaron de Inglaterra tres caballos de carro y una yegua, animales mandados traer por el señor Rivadavia. Llegaron bien, a pesar de haber hecho un viaje que duró tres meses y ocho días. Creemos que éste fue el plantel de la cría conocida aquí por de Piñeiro (frisones), de la que se ven aun hoy día algunos, en los carros del tráfico.

Este fue el priricipio de la importación de animales de estimación. Cuanto ha mejorado desde entonces en el país, la cría caballar, por medio de la cruza con sementales de las mejores razas, lo saben nuestros lectores.

«Si seguimos así (dice el señor Plaza Montero, que tan laudable interés toma en el perfeccionamiento de nuestra raza caballar), si seguimos así por tres años más, en el sostenimiento del nivel a que se ha elevado entre nuestros criadores, esta preciosa raza de caballos, pronto estaremos a la par de la misma Inglaterra.

»También se observa este año una dirección más utilitaria y económica en el cultivo de las grandes razas de fuerza y de trabajo, encontrándose en las expuestas, lo mejor y más perfecto de las razas europeas. Así vemos que, los Traquenen, Cleveland, Percherones y algunos de verdadera raza frisona, se presentan con una proporción y un lujo desconocido hasta ahora en el país.»

Pero no se ha concretado sólo a la raza caballar el mejoramiento que observamos, se ha hecho extensivo también a la cría vacuna y lanar, de lo que nos ocuparemos más tarde.