Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo VIII

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Plazas. -Plaza de Lorea. -Indios. -Plaza Monserrat, antes Fidelidad. -Plaza Nueva. -De la Libertad. -Huecos. -Plaza del Retiro. -De Toros. -El Rato. -Cuartel del Retiro. -Plaza del General Lavalle. -Palacio Miró. -Fábrica de Armas. -Jardín Argentino.

I

Terminada la tarea, que con gusto nos hemos impuesto, de dar a conocer el estado de nuestro teatro, en lo que podemos llamar su infancia, pasaremos a otros objetos.

En capítulos anteriores, hemos hablado de Plazas. Propiamente dicho, no las teníamos por lo menos de recreo. Habiendo tratado ya de las de Victoria y 25 de Mayo, daremos una breve reseña de una que otra que podemos llamar de segundo orden, en las condiciones en que los tiempos pasados se encontraban.

La plaza de Lorea, hoy perfectamente arreglada como paseo, con asientos, arboleda, etc., llamóse por muchos años hueco de Lorea; viniéndole sin duda el nombre de haber pertenecido el terreno a la familia Lorea.

En esta plaza o hueco, paraban las tropas de carretas que venían especialmente del Norte y Oeste de la campaña con corambre, cerda, lana, grasa, etcétera. Era también el punto a que en mayor número concurrían las carretas de maíz, trigo y cebada. Más tarde fueron trasladadas estas tropas al hueco de Salinas y últimamente a la plaza, hoy Mercado Once de Septiembre.

A Lorea acudían también, creemos que por lo menos hasta los años 25 o 26, los indios que venían a negociar. Traían sal (mejor que la que nos viene del exterior), tejidos, mantas pampas, que dieron origen a las imitaciones inglesas, pero que jamas llegaron a la perfección de las primeras; lazos, riendas, maneas, boleadoras, quillapies hechos de cuero de zorro, liebre, gama, zorrino, etc.; plumas de avestruz y varias otras cosas.

Prolongábanse hasta 4 o 5 cuadras desde la plaza, por la calle hoy Rivadavia, las casas de negocio en donde vendían los indios sus artículos, o los cambiaban por caña, tabaco, hierba mate, etc.; pero volvamos a la plaza.


II

El frente que mira al Oeste, lo constituía una serie de cuartos con un ancho corredor, que aún existen, ocupando toda la cuadra comprendida entre Rivadavia y Victoria. En algunos de estos cuartos había boliches y fondines frecuentados por los troperos, otros los ocupaban los compradores en pequeña escala, de frutos del país, que reunían allí para venderlos luego a los barraqueros o acopiadores por mayor.

En el centro de la fila de cuartos había un enorme portón que daba entrada a una extensísima barraca, propiedad, lo mismo que el edificio que acabamos de citar, del señor don Pablo Villarino, respetable y acaudalado español, casado con hija del país y padre de una numerosa familia.

El frente que mira al Este, era muy semejante en su aspecto al anterior, la misma hilera de cuartos, ocupados también por los acopiadores y en el centro la inmensa barraca conocida por de Cajias; allí guardaban los indios sus caballos.

Los otros dos frentes que daban, uno a la calle Victoria y el otro a la callo Rivadavia, que ha sido sucesivamente de las Torres, Plata, y Federación, estaban como hoy, completamente abiertos por la parte que corresponde a la plaza.


III

La de Monserrat, hoy plaza General Belgrano, alojaba también tropas de carretas con frutos que fueron más tarde a la de la Concepción y últimamente al Mercado del Sud. Ambas plazas están convertidas en el día en paseos, y bien ornamentadas con jardines y avenidas de árboles.

La plaza Monserrat, está situada entre las calles Moreno, Belgrano y Buen Orden; el frente a esta calle es de una cuadra y las otras no alcanza a media cuadra.

En 1808 se le dió el nombre de plaza Fidelidad en conmemoración de la lealtad de los negros, pardos y aun indios que formaron allí un cuerpo de voluntarios contra la invasión inglesa en 1806.

Lo que hoy es Mercado del Plata, denominábase plaza Nueva; sólo ocupaba, como hoy, media manzana, es decir, 150 varas con frente a la calle Artes, con 75 a las de Cangallo y Cuyo.

Reuníanse allí las carretas de los partidos de San Isidro, San Fernando, las Conchas, etc., a vender sus productos que consistían principalmente, en leña de rama y en haces, madera y cañas para ranchos, sandías, melones, duraznos, trigo, maíz, cebada, a veces alpiste y semilla de lino.

De esas carretas, algunas se estacionaban, especialmente las de fruta y choclos, y vendían al menudeo, colocando en ellas de noche, farol; esta fila de luces no venía mal, vista la pobreza del alumbrado de entonces. Como las carretas eran pequeñas y tiradas sólo por dos bueyes, solían convertirse en mercados ambulantes, pues con frecuencia recorrían las principales calles, ofreciendo en venta sus frutos. Esta costumbre no ha desaparecido aún del todo, viéndose algunas veces, carretas con cebollas y particularmente, con leña blanca y de tala o espinillo, que se anda ofreciendo de puerta en puerta.

Cuando la población empezó a crecer y por consiguiente a extenderse la ciudad, las carretas que concurrían a la plaza Nueva, fueron removidas al hueco de Cabecitas o al de Doña Engracia o Ña Gracia, como decían algunos paisanos; hoy plaza de la Libertad, también convertida en paseo.

Gran número de huecos había, en los que se han operado notables cambios; el hueco de Laguna, de Botello, de la Basura (a sólo 3 cuadras del Mercado del centro), de Salinas, de los Olivos, de los Sauces, en el que se ha formado una plaza denominada 24 de Noviembre, y otros varios.


IV

La plaza del Retiro, hasta hace poco de Marte, hoy de San Martín y antiguamente de Toros, era un punto muy concurrido los domingos y días de fiesta, en que tenían lugar las corridas de toros. Con este objeto había un circo construido de ladrillo, en el que podían acomodarse más de 10.000 personas. Tenía palcos de madera en alto y gradas en la parte baja, para toda clase de gente; la entrada costaba 15 centavos.

Las señoras últimamente no concurrían, pero iban a la plaza a ver y ser vistas.

El día de función de toros era un día de excitación y movimiento en la ciudad; la afición era extremada y la concurrencia inmensa: en la calle Florida las señoras en las ventanas y las sirvientas en las puertas, se apiñaban para ver pasar la oleada humana que iba y venía.

El Ñato era uno de los picadores más afamados. Murió al fin, después de sus repetidas proezas, en las astas del toro, quedando su caballo, muerto a su lado.

Según Robertson, bien merecía su trágico fin, pues había sido un asesino contumaz, y lo que hay de más particular es, que su oficio lo salvaba de la justicia.

El mismo señor Robertson, dice, haber asistido un día en que concurrió el Virrey Cisneros.

Bajo el gobierno de Rondeau, fue suprimido este inhumano y brutal entretenimiento. Por decreto de 4 de enero de 1822, se prohibieron las corridas de toros en la Provincia de Buenos Aires. Fue demolido el edificio y construyose con el material, los cuarteles del Retiro.

Esta medida, aunque aplaudida por los más, no dejó, por oportuna que ella fuese, de producir descontento en muchos de los habitantes. La civilización nos ha traído en Buenos Aires, la abolición de la corrida de toros, pero existe aún, a despecho de ella, el no menos bárbaro entretenimiento, si bien menos peligroso para el hombre la riña de gallos.


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Ahora, como todos saben, la plaza es un precioso recreo siempre concurrido, hermoseado por la colocación en el centro, de la estatua ecuestre del general San Martín, fundida en bronce, sobre un pedestal de mármol, y rodeado de preciosos jardines.

Parte del cuartel a que nos hemos referido, fue destruido en 1865 por una explosión que hizo setenta y tantas víctimas.

V

La plaza del General Lavalle, antes del Parque, se encuentra rodeada de hermosas casas, entre las que son conspicuas, el palacio Miró, el Magnífico edificio de la Estación del ferrocarril del Oeste; y la plaza misma, convertida en verdadero parque, con sus jardines, arboleda, kioscos, enrejados, glorietas; pero no pretendamos detenernos en lo que es en el día, y está a la vista de todos.

En los años que venimos recordando, la plaza no era sino un campo abierto, compuesto de 2 manzanas de 150 varas, con una que otra casa de material y varios ranchos en los frentes que la rodeaban: el Parque de Artillería o Fábrica de Armas.

El terreno en que hoy se encuentra el edificio de Miró, perteneció por muchos años a un señor Moron; tenía una casa de pobre aspecto y cercado de tapia.

Cruzaba el extremo Este, donde se halla la salida de los trenes y desde la calle del Parque hasta la del Temple, un ancho zanjón, casi siempre lleno de agua, llegando a hacerse indispensable un puente, que se construyó de ladrillo en la calle del Parque.

La creación del Jardín Argentino, del que tendremos ocasión de hablar más adelante, dio mucha importancia a esa localidad, que hasta entonces, sólo era un arrabal triste con abundantes cercos de tuna.

Tenemos finalmente la plaza de la Concepción, hoy Independencia, Constitución y Once de Septiembre, en las que se han realizado mejoras y embellecimientos de tal magnitud que no las conocería quien hubiese estado ausente por algunos años.