La estafeta romántica/XXXIV

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XXXIV

De D. Beltrán de Urdaneta a D. Juan Antonio de Maltrana

Herrera de los Navarros, 26 de Agosto.

Amado hijo: Gracias mil por la prontitud, en estos tiempos milagrosa, con que contestasteis a la que desde Albarracín escribí a Valvanera. Me han sido entregados por el primo de Pulpis los sacros dineros, que vienen a remediar las escaseces de este vetusto prócer, y a devolverle la perdida dignidad en presencia de los señores y príncipes en cuya compañía me encuentro. Si en todas las ocasiones la carencia del precioso metal ocasiona a los humanos infinidad de males, en este mi crítico estado la desdicha del no tener llega a proporciones increíbles, amados hijos míos. Sois mis ángeles consoladores, sois la alegría de mi ancianidad, pues a más de haber contribuido con los tacaños de Cintruénigo, en la parte correspondiente, al alivio del viejo loco, añadís por vuestra cuenta mayor y más generoso alivio. Dios os lo pague en salud de vuestros pequeñuelos, mis nietos adorados.

No es flojo gusto el que me da la carta que incluís de Fernandito Calpena, mi simpático amigo, de quien conservo tan grata memoria. El saber que lleva luengos meses en vuestra compañía me colma de gozo, y si no he podido descifrar aún la charada en que Valvanera, para ejercitar mi caletre, me da como una explicación enigmática de las causas de ese hospedaje, tengan por cierto que en cuanto a ello me ponga la descifraré, que bien sabéis que soy un águila para los acertijos. Ya escribiré despacio a mi amiguito cuando tenga algún descanso, que ahora me falta. Decidle que no olvide mi parábola del árbol, y que no desperdicie ninguna coyuntura que para llevarla a la realidad se le presente. Decidle, y sabed vosotros también, que esta situación favorable en que ahora me encuentro la debo al industrioso italiano con quien fue a Oñate, y que ahora se ha trabado conmigo en grande amistad. Nos encontramos cerca de Alcañiz, cuando yo, vencido de la pesadumbre de mis años, no menos que de las horribles hambres, fatigas y sustos que he padecido, intentaba salir de este peligroso terreno tomando a pie las vereditas de mi tierra, y me brindó con su apoyo, y sustentome con sus vituallas, y me fortaleció el espíritu con su donosa conversación, como el cuerpo con sus vinos; y habiéndole yo caído en gracia por mi entender social y político, como él a mí por su fino trato, intimamos y nos unimos en los alojamientos y en las caminatas, para las cuales hubo de franquearme un hermoso caballo, aunque no iguala, no, al que gané a Fernando. De esta amistad vino la del Infante D. Sebastián, mandarín en jefe de estas tropas Reales (que así me veo forzado a llamarlas), el cual se ha dignado ver en mí no sé qué superioridad de maneras, de juicio y de conocimiento que me llena de confusión. En todo el tiempo que le deja libre el militar servicio, quiere tenerme a su lado. Nuestras pláticas, así literarias como políticas, no acaban nunca, y suelen ser de gran substancia por mi experiencia del mundo y esta larga vida mía, que con la virtud de mi feliz memoria me ha hecho histórico archivo de cosas y hombres. Conozco a medio mundo; sé juzgar lo que he visto y describir con exactas líneas los caracteres en lo privado y en lo público.

De todo ello ha resultado que el Infante quiere llevarme en su Cuartel Real hasta Madrid, hacia donde marchan resueltamente. Parece que ahora va de veras, y que están las cosas bien amasadas para que la discordia de las dos ramas tenga un término dichoso, y se ataje este río de sangre que en todas las partes de la madre patria brota por las crueles heridas de la guerra. No puedo deciros más sobre este punto, sino que, habiendo recapacitado en la conveniencia de llevar a Madrid estos pobres huesos, acepto la invitación del excelso Infante, y mediante el beneplácito de su señor tío, a quien a boca llena llamamos Rey, me agrego a la Corte, y con ella voy, como el famoso loro, a onde me leven, siempre con el sano propósito de desviarme si el punto de parada definitiva no es la Villa del oso. En esta me aguardan innúmeros amigos, y algunos intereses desperdigados a los que no vendrá mal mi presencia para entrar en vereda. De Madrid, si llegan allá mis nobles pedazos, os escribiré.

En un lugar cercano, Villar de los Navarros, se dio ayer una batalla en la cual quedaron vencidos los que aquí llaman facciosos, mandados por Buerens. Perdieron mucha gente; corrió sin tasa la sangre. ¡Oh desdicha, oh tiempos! El brazo derecho y el brazo izquierdo de la Nación, contra el pecho de esta descargan a compás furibundos golpes. ¡Cuánto he visto, Dios mío, y cuántas abominaciones me permitirás ver todavía!

Vaya, no más. Mi bendición a todos, mis amantes besos a los niños, y a ese gallardo mancebo, el de la charada, un cariñoso abrazo de vuestro padre -Beltrán.