La vengadora de las mujeres/Acto II

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Acto I
La vengadora de las mujeres
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen DIANA y LUCELA .
DIANA:

  Hizo tan justa elección
en el español la Infanta,
por ser como sabes tanta,
Lucela, su discreción
  a darle el honroso oficio
de secretario, que ha dado
contra el desdén profesado
muestras de su buen jüicio,
  Porque no sé yo de quién
puede hacer más confianza.

LUCELA:

O en ti o en ella hay mudanza
de aquel injusto desdén.
  Digo injusto pues lo es
aborrecer a los hombres.

DIANA:

¡Ay, Lucela!, no los nombres
si lo ha de saber después,
  que la temo de tal suerte,
que resisto sin razón
la forzosa inclinación
que de quererlos me advierte.
  Porque tú no habrás leído
que pueda posible ser
aborrecer la mujer
al hombre.

LUCELA:

Bien sé que ha sido
  general efeto en Laura
tratar de nuestra defensa,
porque desta suerte piensa
que su opinión se restaura.
  Mas tú, que a mi parecer
ya miras al secretario,
no firmarás lo contrario.

DIANA:

Dejará de ser mujer,
  pero está cierta, Lucela,
que pudiera ser que amara,
si para encubrillo hallara
algún engaño o cautela.
  No he mirado al español
sin cuidado, pero creo
que si fuese mi deseo
un átomo de su sol,
  Laura, con vista real
del águila más famosa,
le viera y aunque era cosa
justa, perfeta y igual
  amar por honesto fin,
temerosa de perder
su gracia no he de querer.

LUCELA:

¿Pues qué pretendes, en fin?

DIANA:

  Seguir su vana opinión.

(Salen LAURA , JULIO y LISARDO .)
LISARDO:

Pues si es hombre ocasionado
la mujer, y le ha faltado
la perfeción del varón,
  como Aristóteles dice
en los físicos, señora,
¿cómo tu opinión agora
a la razón contradice?

LAURA:

  Secretario, si llamó
el filósofo con nombre
a la mujer de ser hombre
y perfeción le faltó,
  ya, por lo menos, confiesa
que lo pudo ser.

LISARDO:

Quedando
imperfeta, fue mostrando
que de hacer mujer le pesa.

JULIO:

  Tiene razón mi señora,
y parece que tú quieres
que haya mundo sin mujeres
y tantas como hay agora.
  Si las que nos han parido,
hombres parieran no más
y no nacieran jamás
más mujeres que han nacido,
  en justa razón me fundo,
términos son de argüir,
que habíamos de parir
para conservar el mundo.

LISARDO:

  Julio, la filosofía
solamente dio a entender
la imperfeción que en mujer
desde su principio había,
  que no que naturaleza
siempre engendrara varón
para dar más perfeción
al mundo, adorno y belleza.
  Ella atiende a lo mejor,
por eso el hombre lo es,
saliendo mujer después,
como que fue por error
  faltar a lo que pretende,
culpando los instrumentos
para obrar.

DIANA:

Tus argumentos,
Laura, mi señora, entiende,
  y se burla de ti y dellos,
pues esa misma razón
con que los hombres lo son,
le ha obligado aborrecellos.
  Dime alguno que haya sido
sin mujer.

LISARDO:

No puede ser.

DIANA:

Pues confiesa que aquel ser
de mujer le han recebido.

LISARDO:

  No, Diana, que le tiene
del hombre y esta cuestión
tratar en otra ocasión
con más decencia conviene.

LUCELA:

  Laura se ha de persuadir
y confesarse inferior.

LISARDO:

Eso es, o tener amor
o por lo menos sentir
  bien de los que le han tenido.

LAURA:

¿Yo amor, secretario, a quién?

LISARDO:

A un hombre.

LAURA:

Dices muy bien,
si el hombre hubiera nacido;
  mas mientras naturaleza
no hiciere por mi diseño
un hombre, es cosa de sueño
querer rendir mi firmeza.

LISARDO:

  Si le ha de hacer a tu gusto,
elige de los que están
en Palacio.

LAURA:

No tendrán
méritos, Lisardo, al justo.

LISARDO:

  ¿Luego, como oro en crisol
quieres que venga a poner
ese imaginado ser?

LAURA:

Eso quisiera, español.

LISARDO:

  ¿Y pensabas esperar
a que la naturaleza
pusiera tanta belleza
que te pudiera agradar,
  a que el hombre se formara
y fuera creciendo así
hasta ser perfeto?

LAURA:

Sí.

LISARDO:

En buena edad te alcanzara
  ahora; no en balde los sabios
hablaron de las mujeres
como sabes, pues tú quieres
satisfacer tus agravios
  con tantas sofisterías
y opiniones singulares.

DIANA:

Lisardo, cuando repares
en que ofenden las porfías,
  repara en que has de tener
tres enemigos aquí.

LISARDO:

Diana, no hay ser en mí
que no conozca su ser.

DIANA:

¿Pues qué pretendes?

LISARDO:

  No más
que argüir, que el argüir
no es lo mismo que sentir
la verdad.

LUCELA:

¿Luego darás
  más valor a la mujer?

LISARDO:

En cuanto haberme rendido,
pues muchos sabios han sido
dese mismo parecer.

LAURA:

  ¿Luego confiesas que aquello
que es más firme es lo mejor?

LISARDO:

No, señora, que el amor
hizo que diese el cabello
  Sansón a los filisteos.

LAURA:

¿Y ese amor de qué nació?

LISARDO:

De la hermosura que vio
para rendir sus deseos.

LAURA:

  ¿Y esa hermosura en qué estaba?

LISARDO:

En mujer.

LAURA:

Pues si era suya
de aquesa fuerza, se arguya
que al más libre sujetaba.

LISARDO:

  No confesaré yo tal,
que también mata el veneno
y no por eso es más bueno
sino una cosa mortal.
  Desigual comparación,
pues los venenos son feos
y lo que rinde deseos
son belleza y perfeción.

LISARDO:

  Y una adelfa ponzoñosa,
¿no tiene alegre hermosura
cuando en hoja verde escura
produce encarnada rosa?
  Y una espada que despide
de su acero resplandor,
que al sol parece mejor
y con sus rayos se mide,
  ¿no mata y es en razón
espada hermosa y dorada?

LAURA:

Ni la adelfa ni la espada
matan con viva intención;
  la mujer sí, que al mirar,
cuando hay perfeción allí,
lleva las almas tras sí
y esto es rendir sin matar.
  Porque si mata el acero,
su hermosura ensangrentó;
la hermosura en mujer, no,
que rindió el alma primero.
  Venenos los cuerpos matan,
el alma no y la mujer
del alma lo suele ser.

JULIO:

También los cuerpos maltratan
  quitándoles la salud.

LISARDO:

Eso sí, Julio; defiende
nuestra parte.

JULIO:

No se entiende
en ofensa a tu virtud.

LAURA:

  Venid vosotros conmigo,
dejad a Lisardo aquí.

LISARDO:

¿Haste cansado de mí?

LAURA:

Eres muy flaco enemigo.

LISARDO:

  Bien dices, rendido estoy.

DIANA:

Quien rinde no está rendido.

LUCELA:

¿Qué dices?

DIANA:

Que no ha querido
rendirse.

JULIO:

¿Dónde vas?

LAURA:

Voy
  a entrenerme al jardín.

DIANA:

Venid conmigo, deseo
no os quedéis, porque no veo
destos principios buen fin.

(Vanse las damas y JULIO .)


LISARDO:

  ¿Qué pretende mi loco pensamiento?
Volando al Sol con alas atrevido,
un loco amor que le ha desvanecido
por su hermosura en la región del viento.
Discúlpase de tanto perdimiento,
con decir que es mejor morir perdido;
que ninguno murió por atrevido
sin fama de su mismo atrevimiento.
Mas, ¿qué gloria, qué título, qué nombre
puedo esperar cuando me alienta el aura
de su favor, cuando el temor me asombre?
Pues es forzoso, si mi ser restaura,
ya que el ser aborrece por ser hombre,
dejar de ser para querer a Laura.

(Sale ALEJANDRO .)
ALEJANDRO:

  A dicha notable tengo
hallarte en esta ocasión.

LISARDO:

Aumentas mi obligación.

ALEJANDRO:

Lisardo, a pedirte vengo,
  que pues de aquesta cruel
solo tú mereces nombre
de agradable, por ser hombre
me des una parte dél.
  Ya te dije habrá seis días
mi amor y mis pretensiones.

LISARDO:

Quien no escucha tus razones,
¿cómo escuchará las mías?
  No ha un instante que conmigo
se enfadó sobre querer,
ensalzar siendo mujer,
nuestro mayor enemigo.
  Y como réplicas son
forzosas en argumentos,
cansose de mis intentos
y de mi justa opinión.
  Bien pudiera defender
Laura, Alejandro, las bellas
mujeres, pues hay en ellas
muchas que lo pueden ser
  por virtudes, por hazañas
y por otras mil razones,
pero no con opiniones
tan singulares y estrañas
  y dando en aborrecer
los hombres.

ALEJANDRO:

Esa vitoria
me ha de dar corona y gloria,
que al fin es Laura mujer;
  pero no sin tu favor,
porque yo, Lisardo, hallé
remedio para que esté
agradecida a mi amor.
  Manda mi casa, mi estado,
tú eres el Duque, yo soy
tu esclavo.

LISARDO:

Gracias te doy
del remedio que has hallado
  más que del ofrecimiento,
porque hallar cómo vencer
esta invencible mujer
me ha dado mayor contento.
  Y pues que de mí te fías
y te tengo de ayudar,
di: ¿cómo pudiste hallar
remedio en tan pocos días?
  ¿A qué monte de la Luna,
a qué Tesalia has quitado
las yerbas, o quién te ha dado
conocimiento de alguna
  que rinda su voluntad?

ALEJANDRO:

Viéndome yo, si el secreto
me guardas como discreto,
en tanta dificultad,
  supe que cierta mujer
hacer hechizos sabía
tales que solo podía
sus asperezas vencer.
  Y viéndome tan ajeno
del remedio que ya aguardo,
el antídoto, Lisardo,
hice del mismo veneno:
  venza mujer a mujer,
dije, y lábrese un diamante
con otro, y Laura constante
comience a saber querer.
  Consúltela y pide, en fin,
una cinta de su frente
o otra cosa solamente
que se dirija a este fin,
  con tal que ha de haber tocado
su cuerpo o rostro.

LISARDO:

No sé,
Duque, si crédito dé,
como le da tu cuidado,
  al hechizo que refieres,
si bien he visto y leído
que han desta suerte rendido
muchos hombres las mujeres.
  Pero si tan cierto estás,
prosigue, señor, tu intento,
que aunque es fuerte atrevimiento,
el rigor de Laura es más.

ALEJANDRO:

  Faltan las cintas; que a ti
te será fácil entrar
donde las puedas tomar
y dármelas luego a mí.

LISARDO:

  ¿Está el misterio que toquen
su rostro?

ALEJANDRO:

No más.

LISARDO:

Pues parte
y déjame.

ALEJANDRO:

Si a obligarte
puede ser que te provoquen
  oro y diamantes, el suelo
que pisas haré cubrir.

LISARDO:

Tú has de vencer.

ALEJANDRO:

O morir.

(Vase.)
LISARDO:

Logre tu esperanza el cielo;
  estraña imaginación
querer vencer con hechizo
a Laura que el cielo hizo
de tan fuerte condición.
  Cintas pide, yo haré
que en otro sujeto pruebe
lo que puede y lo que mueve,
y que ella segura esté.
  Este es Julio, en él querría
hacer aquesta experiencia
porque contra toda ciencia
me valga la industria mía.

(Sale JULIO .)
JULIO:

  Yo pienso que he de pedir
para dejar esta casa
licencia.

LISARDO:

¿Qué hay, Julio, amigo?

JULIO:

Los desatinos de Laura.

LISARDO:

Habrá dicho en el jardín
excelencias y alabanzas
de las señoras mujeres,
y de los hombres infamias.

JULIO:

Estábale yo diciendo,
dando materia las plantas,
que las unas con las otras
naturalmente se casan
y cómo no daban fruto
las palmas enamoradas
de aquellos racimos de oro
sin la vista de otras palmas.
Enseñábale las flores,
que medran con las que aman;
las aves, que solas lloran
y que acompañadas cantan;
y viendo el agua a una fuente,
díjele también que el agua
se casaba con la tierra,
y ella entonces, enojada,
con el marfil de la mano
rompió la sonora plata
y bañome rostro y cuello.

LISARDO:

Si fuera, Julio, Diana,
hoy eras ciervo y vivieras
las selvas.

JULIO:

Aun bien que hallara
compañeros en mi mal,
que no sienten su desgracia;
pero, ¿qué has hecho después
que te dejamos?

LISARDO:

Pensaba
de Laura en las asperezas
y por divertir el alma
a Aristóteles leía
y hallé una cosa estremada:
dice que el cuerpo que tiene
un niño cuando se halla
de siete años, aquello
y otro tanto, sin que haya
más o menos, tendrá hombre.

JULIO:

Si naturaleza falta,
hace un enano o que sale
mal formado de la estampa,
¿hará lo mismo también?

LISARDO:

¿Quién lo duda?

JULIO:

Cosa estraña;
los pintores dan, Lisardo,
a una figura gallarda,
tomando la simetría
del rostro, otros nueve y hallan
que entonces está conforme
y igual el cuerpo a la cara.

LISARDO:

Si nueve veces el rostro
forman el cuerpo que basta
hacer que tenga esbelteza,
como dicen en Italia,
resto podremos saber
con demonstración tan clara,
si eres perfeto.

JULIO:

¿Qué quieres?

LISARDO:

Medirte.

JULIO:

Detente.

LISARDO:

Aguarda,
que aquí traigo aquestas cintas,
prendas de una hermosa dama
y te mediré con ellas.

JULIO:

Siempre los hombres que andan
a saber curiosidades,
a cuantos tratan enfadan.

LISARDO:

¿Qué sabe el que no desea
hacer de las cosas raras
experiencia?

JULIO:

Si midieras
un hombre que por la espalda
tuviera a Sierra Morena,
y en el pecho a Guadarrama,
¿cómo pudieras saber
la verdadera distancia?

LISARDO:

Déjame medir tu rostro
desde el cabello a la barba.
{{Pt|JULIO:|
Parece que me santiguas.v

LISARDO:

Estate quedo y repara
en esta curiosidad.

JULIO:

Un hombre se lamentaba
de que la naturaleza
así barbase las caras,
que hubiese de haber barberos.

LISARDO:

¿Pues no es gente que nos causa
gran limpieza y que nos quita,
cada vez que nos desbarba,
diez años al parecer?

JULIO:

Es verdad, no se quejaba
sino de naturaleza.

LISARDO:

¿Luego era bien que criara
todos los hombres lampiños?

JULIO:

Solo eso para ser damas
falta alguno. Pero advierte
que la mayor arrogancia
de un hombre está en una silla,
aguardando la navaja,
con un babador al cuello,
sin saber si el que le rapa,
perdiendo el juicio entonces,
le cortará la garganta;
pues ver con cuánta crueldad
tuercen la boca y la pasan
a otro lado con tal gesto
que parece que regañan,
y tras esto, que después
la barba más estimada,
la que vio más bigotera,
gastó más tinta y más ámbar,
la lleven a la basura,
¿no es crueldad?

LISARDO:

Mira que llaman
a la barba la hermosura
del hombre.

JULIO:

Ahora bien, ¿qué hallas
de mi rostro tengo nuevo
desde el cabello a la planta?

LISARDO:

No habrá pintor en el mundo,
Julio, que te ponga falta,
ni dama que no te quiera.

JULIO:

Como yo mire a las damas
con telas y con cadenas,
ninguna me pondrá tacha.

LISARDO:

[Aparte.]
(Yo voy a buscar al Duque
porque pruebe, y no con Laura,
en estas cintas su hechizo.)
Mira, Julio, ¿qué me mandas
que tengo que hacer?

JULIO:

El cielo
tan filósofo te haga,
que venzas de Laura el pecho.

LISARDO:

Ya he perdido la esperanza.

(Vase LISARDO , sale LAURA y ARNALDO .)

ARNALDO:

  Dame ese gusto, así vivas.

LAURA:

Servirte, Arnaldo, deseo.

ARNALDO:

Como las ninfas te veo,
en Ovidio fugitivas.
  Mira que es forzoso ya
hacer aquesta elección.
príncipes gallardos son
y todo este reino está
  con amorosos deseos.
Agusto es muy gentilhombre
y Alejandro al de su nombre
vence en iguales trofeos.
  Elige, hermana, y tendrás
un esclavo en mí.

LAURA:

Sí haré,
aunque no sé si podré
si tanta priesa me das.
  Prueben la espada y la pluma
esos príncipes y quien
me pareciere más bien,
de ser mi esposo presuma.

ARNALDO:

¿Y qué han de hacer?

LAURA:

  Un torneo
de a caballo, no de a pie,
aunque en el de a pie se ve
cuanto imagina el deseo
  en gala, en talles y en brío.

ARNALDO:

Mil dificultades hallo
en torneos de a caballo.

LAURA:

Yo lo imposible porfío
  y el de a pie niños, mujeres
le pueden ejercitar.

ARNALDO:

¿Y en qué han de poder probar
la pluma, como tú quieres?

LAURA:

  En un libro de alabanzas
de las mujeres.

ARNALDO:

No seas
tan bárbara.

LAURA:

Pues no creas
que tengan sus esperanzas
  de otra suerte posesión.

ARNALDO:

Ahora bien voy, aunque siento
que solo a tu casamiento
pretendes la dilación.
(Vase.)

LAURA:

  Enojado va mi hermano.

JULIO:

Con razón.

LAURA:

Julio, ¿aquí estás?

JULIO:

Buenas dos pruebas les das;
probarán vencerte en vano.
  Libro mandas escribir,
diez años han menester
si a Horacio se ha de creer,
que tantos suele pedir.
  Si bien hay hombres agora
de tanta sabiduría
que escriben diez en un día
y si de prosa, en un hora.
  Pero son, aunque lo pida
el vulgo, para quien vienen,
libros fímeras que tienen
veinte y cuatro horas de vida.

LAURA:

  Julio, llámame a Diana.

JULIO:

Voy a dalle el parabién
de que a querer hombre bien
tu pensamiento se allana.
(Vase.)

LAURA:

  De otra suerte lo dijeras
si supieras cuál estoy
y la venganza que doy
a los hombres tan de veras.
Yo vine a sus manos fieras
cuando menos lo pensé,
no sé cómo me fíe
de mi mayor enemigo;
pero si no fue castigo,
desdicha y venganza fue.
  ¿Quién me dijera que yo,
aunque es ley de Dios, amara
a mi enemigo y buscara
el veneno que me dio
quien menos lo imaginó?
Es al fin quien me ha rendido
y mayor venganza ha sido
que un hombre tan desigual
me ocasione a tanto mal,
¿cómo por él me ha venido?
  Pero primero que entienda
que le quiero, abrasará
el yelo y el fuego hará
que el campo del mar se encienda.
Seré, por más que me ofenda,
amor causándome enojos,
rendida, sin dar despojos,
fortaleza sin mudanza,
deseo sin esperanza,
y amor con vista y sin ojos.
  ¿Cómo podré defender
de las mujeres los hombres
si de parte de los hombres
amor me quiere poner?
Diligencias puede hacer,
pero no me ha de rendir
porque si un preso sufrir
puede un tormento y negar,
yo sabré amar y callar,
y a más no poder, morir.

(Sale DIANA .)

DIANA:

  Julio dice que tu alteza
me llama.

LAURA:

Quise, Diana,
tratar contigo de amor;
sobre la lición pasada.

DIANA:

Grande es, señora, su fuerza.
Pruebas, con razones varias,
que se puede resistir
y alegas historias sacras,
con no menores discursos
de las que has leído humanas.
Así es verdad, pero advierte
que son tantas las contrarias
y tienen tantos ejemplos
de su fuerza en cuerpos y almas,
que como no entra en defensa
de las mujeres que alabas,
el amor de honesto fin
contradecirte pensaba
cuando estuviéramos solos,
que bien sabes que quien ama,
para el casamiento tiene
disculpa y aun alabanza.
Aristóteles, señora,
en los Físicos, ¿no trata
de que la Naturaleza
por el fin se mueve y llama
todas las cosas que miran
al fin, cosa necesaria?
Luego siendo el casamiento
el fin a que amor señala,
necesario es ver y oír.

LAURA:

¿Y si se trata, Diana,
en ausencia un casamiento?

DIANA:

Ya por lo menos por fama
se oye, se ve y se desea,
y se enamora por cartas.

LAURA:

¿Y si lo tratan los padres?

DIANA:

La imaginación le basta,
pues por lo que ha conocido,
lo no conocido trata,
como el Filósofo dice.

LAURA:

¡Ay, Diana!, si no amaras,
no respondieras ansí.

DIANA:

Yo no amo, que tu gracia
estimo más que mi ser,
pero amara si te hallara
dispuesta, no digo a amar,
si es imposible en las causas
que das para no querer;
pero a confesar que es casta
la voluntad que ama, en fin,
que es ley divina y humana.

LAURA:

Vencida de la razón
ya estoy un poco más blanda;
ya no tengo aquel rigor.

DIANA:

¡Gracias a los cielos, gracias
a tu ingenio!, que al fin dél
ha nacido esta mudanza.
¿Qué te importa, si defiendes
a las mujeres que amparas,
amar los hombres?

LAURA:

No sé,
amor que los celos causa
me ha de dar celos de todas,
pues mira si podré amallas,
en llegando a amar a un hombre.

DIANA:

Pues si amas a quien te ama,
¿qué celos puedes tener
de quien amas?

LAURA:

Nadie paga
tan al justo, Diana amiga,
que de obra o de palabra
no dé celos.

DIANA:

¿Eso dices?
Como si quisieras hablas.

LAURA:

Sí quiero.

DIANA:

¡Válgame el cielo!
¡Dame la tierra que estampan
tus pies por tanta merced
como me has hecho!

LAURA:

Pues trata
tu amor conmigo, que quiero
como a toda mi privanza
decirte mis pensamientos:
en fin, ¿tú quieres, Diana?

DIANA:

Sí, señora, soy mujer.

LAURA:

¿A quién amas?

DIANA:

Amo, Laura,
al secretario Lisardo.

LAURA:

¡Ah, traidora!, no aguardaba
más de saber que tenías
amor.

DIANA:

¿Luego tú no amas?

LAURA:

No, enemiga, que esto ha sido
invención por verte el alma.
Trata luego de olvidar
a Lisardo, que si hablas
más en su amor no has de estar
en mi gracia ni en mi casa
y aun haré echarte del Reino.

DIANA:

No pensé que me estimabas
tan poco.

LAURA:

Vete de aquí.

DIANA:

Yo me iré, pues tú lo mandas.

LAURA:

Oye.

DIANA:

¿Qué quieres?

LAURA:

¿Lisardo
quiérete a ti?

DIANA:

Ni aun levanta
los ojos para mirarme;
que este pensamiento anda
entre mis ojos y yo.

LAURA:

Vete.

DIANA:

¡Cuánto una apariencia engaña!
Díjele mi amor, erré;
triste queda, voy turbada.
(Vase.)

LAURA:

  ¿Qué es aquesto? Lisardo se ha atrevido
a rendir mi opinión libre y gallarda,
y aflígeme el amor, porque se tarda,
que es tirano que aflige resistido.
Síguele el corazón y convencido,
rendido, es fuerza lo que al fin aguarda,
y aunque resista, el alma se acobarda
y enferma la razón, se da a partido.
Mas yo, que con mi espíritu peleo,
defiendo mi razón con mi disculpa
y cuando ya se rinde mi entereza.
Antes quiero a las manos del deseo
morir del mal por encubrir mi culpa,
que buscar el remedio en mi flaqueza.
(Sale JULIO .)

JULIO:

  Basta, señora, que ya
se ha concertado el torneo;
solo en el libro el deseo
suspenso y confuso está.
  Pero buscarán poetas
que escriban.

LAURA:

Sí buscarán,
pero pocos hallarán
si bien el nombre interpretas.
  Porque de ignorantes legos,
¿cómo se podrá fiar
competencia que ha de dar
a la fama tantos pliegos?
  En lo que toca al torneo...

JULIO:

Alejandro es más galán,
todos el premio le dan,
suyo ha de ser el trofeo.

LAURA:

¿Alejandro?

JULIO:

  Sí, señora.

LAURA:

¿Pues tiénesle inclinación?

JULIO:

Solo en su servicio son
mis pensamientos agora.

LAURA:

  No solías tú querer
a Alejandro.

JULIO:

Así es verdad,
porque es esta voluntad
acabada de nacer.

LAURA:

  Pésame que se la tengas.

JULIO:

Aun con esta inclinación
quieres tomar ocasión
para decir que te vengas.
  Pues dime, ¿quién ha venido
como el Duque de Ferrara?
En su persona repara,
¡qué gallardo, qué lúcido,
  qué lindo rostro, qué talle,
qué discreción!

LAURA:

¡Calla, necio!,
si te compra amor con precio...

JULIO:

¿Por qué me mandas que calle?

LAURA:

  Porque te debe de haber
pagado para tercero.

JULIO:

¡Plega a Dios!, que si le quiero
más de por solo querer
  un hombre de tal valor,
ni él me ha dado cosa alguna,
que venga a tan vil fortuna,
que me trate mal tu amor.

(Sale LISARDO .)

LAURA:

¿Este es Lisardo?

LISARDO:

  Quisiera
ser Virgilio, gran señora,
porque en tu alabanza agora
divinamente escribiera
  en justo agradecimiento
de haber rendido tu gusto,
a lo que es tan santo y justo,
como es ya tu casamiento.
  Está toda la ciudad
contenta y los pretensores
llenos de celos y amores,
sin hallar dificultad
  en pelear y escribir,
previniendo varias sumas
de dos maneras de plumas
para escribir y salir.
  Yo, que tengo inclinación
a alguno que no te digo,
por galán y por amigo,
y de mi propria nación,
  te suplico que me des
para el torneo un favor.

JULIO:

Si es a quien yo tengo amor,
pondreme, Laura, a tus pies.
  ¿Es Alejandro ese hombre?

LISARDO:

No es Alejandro.

JULIO:

¿Pues quién?

LISARDO:

Agora no me está bien
que sepa nadie su nombre.
  Esto a mi señora pido.

JULIO:

El favor solo ha de dalle
a Alejandro, pues su talle
le tiene bien merecido.
  No hay caballero en la Corte
como Alejandro.

LAURA:

¡Ya estás,
necio! No me trates más,
aunque la vida te importe,
  de Alejandro, Julio, aquí
y vete luego.

JULIO:

Sí haré,
si te canso, mas yo sé
que te has de servir de mí.
  Y que por ser el señor,
que en todo a todos excede,
Alejandro solo puede,
Laura, merecer tu amor.
(Vase.)

LISARDO:

  Esta opinión de Julio, gran señora,
se funda en interés.

LAURA:

Mejor pudieras
culpar la tuya, pues se atreve agora
a lo que no pensé que te atrevieras.
Sí sé que aqueste príncipe te adora
y es español. No digo que le quieras,
pero que tu favor solo deseo
para que más galán salga al torneo.

LAURA:

¿Príncipe y español?

LISARDO:

  Y que ha venido
solo a servirte.

LAURA:

¿Público o secreto?

LISARDO:

Secreto, que en su amor siempre lo ha sido
y yo por él lo mismo te prometo.

LAURA:

¿Pues cómo aquesas nuevas me has traído
si me conoces?

LISARDO:

Fuera yo indiscreto
si por otro interés que tu bien solo
solicitara amor al mismo Apolo.
  Que de que goce España tal princesa
recibo yo la gloria que le alcanza
al buen vasallo que lealtad profesa.

LAURA:

Pues pierde para entrambos la esperanza,
que ni Ferrara me verá duquesa,
Nápoles reina, aunque su pluma y lanza
compitan en valor con las estrellas;
ni España, aunque su nombre ponga en ellas.
  Ya sabes que entretengo deste modo
al Rey, mi hermano. Si por dicha quieres
saber qué nombre ilustre me acomodo,
la vengadorasoy de las mujeres;
con esto, secretario, he dicho todo
cuanto puedo decir. No hay más que esperes.

LISARDO:

Brava resolución.

LAURA:

De aquí adelante
me llama, aunque mujer, Laura diamante.
  Y porque cierta bachillera dama
en ti pone los ojos, está cierto
que si sé que la quieres y te ama,
podrás llamarte en mi desgracia muerto.

LISARDO:

¿Dama me quiere a mí? ¿Cómo se llama?

LAURA:

Tú lo sabrás mejor y yo te advierto
que si miras mis damas este día,
verás tu muerte y yo veré la mía.

LISARDO:

  ¡Plega a Dios, mi señora, que los cielos
me priven de tu vista si he mirado
dama de tu palacio! Y si recelos
te han engañado...

LAURA:

No me han engañado.
 [Aparte.]
(Antes que tenga amor, me matan celos.
¿Qué es esto, amor? ¿Apenas engendrado,
ya sales por los ojos y la boca,
más que podrá el honor, la razón loca?)

LISARDO:

  [Aparte.]
¿Qué tiene Laura? ¡Cielos! ¿Qué es aquesto?
¡Cómo se turba Laura! ¿Quién me engaña?
¿Pensará pensamiento tan honesto
que soy yo aqueste príncipe de España?
De divinas colores se ha compuesto;
pues si la nieve de clavel la baña
destos vivos esmaltes y colores
bien puede mi esperanza tomar flores.
  ¿Atrevereme a ser tan atrevido?
Mas no, que su vergüenza me ha engañado.
¿Si piensa en el castigo merecido?
En eso la divierte su cuidado.
Amor, si las colores desto han sido
no vais por flores a su hermoso prado,
que puede ser que por tan gran locura
en áspides las vuelva su hermosura.

LAURA:

  Lisardo, yo he pensado que sería
desta dama que digo atrevimiento.
Dame palabra que desde este día
no tendrás amoroso pensamiento.

LISARDO:

Mil palabras te doy, señora mía,
y no de aquellas que se lleva el viento,
que bien sé yo que quien servirte debe
ha de vivir más puro que la nieve.

LAURA:

  No te quiero tan nieve, ni tan puro,
mas si de casto amor quieres ejemplo,
mírame sola a mí, que ser procuro
de honesta voluntad heroico templo.

LISARDO:

Que te mire me mandas, yo te juro
por esos ojos que jamás contemplo
otra cosa que a ti.

LAURA:

¿Mis ojos juras?

LISARDO:

No ha sido error en cosas tan seguras.

LAURA:

  En efeto, quedamos concertados
que has de mirarme a mí.

LISARDO:

Sí, mi señora.

LAURA:

Si una virtud nos lleva encaminados
no hay que tener temor.

LISARDO:

¿Quién teme agora?

LAURA:

De Diana nacieron mis cüidados.
¿Tú no la quieres bien?

LISARDO:

El alma adora
esa honesta virtud.

LAURA:

Lisardo, advierte
que tengo de quererte sin quererte.
  Con esto escusarás de amar ninguna
destas que mis liciones aborrecen.

LISARDO:

Aunque fuera Diana aquella Luna,
en quien del Sol los rayos resplandecen,
que no quiero más bien ni más fortuna
que saber que mis ojos te merecen;
dame el favor que pido, que es mi amigo
este español.

LAURA:

Pues tráele aquí contigo.

LISARDO:

  Harelo ansí, si me honras, Laura hermosa,
deste favor.

LAURA:

Por darte gusto quiero
darle esta banda de color celosa.

LISARDO:

Volverla verde, aunque es azul, espero.

LAURA:

Secretario, ya sabes que es la cosa
más valiente el callar.

LISARDO:

Morir primero.

LAURA:

Quien calla su ventura a su esperanza,
lo que jamás pensó, callando alcanza.
(Vase LAURA .)

LISARDO:

  ¿Qué notables confusiones
son estas? ¿Qué pensamientos,
qué cifras, qué fantasías,
amor vencedor? ¿Qué es esto?
¿Qué dice Laura? ¿Qué tiene?
¿Si os ha engañado, si ha hecho
prueba de vuestro valor
con aquel sutil ingenio?
Burlas son, burlas han sido.
Volved, esperanza, al pecho;
no os vais, no subáis tan alto,
que os perderéis por el viento;
pues no os perdáis, aunque es justo;
mirad que dice el proverbio
que son las desconfianzas
efetos de los discretos.

(Sale OTAVIO .)

OTAVIO:

¿Podré hablarte?

LISARDO:

Otavio mío,
tú vienes a lindo tiempo.
Alto, a prevenir caballos
y galas para el torneo.
Azules son las colores,
puesto que celos no tengo,
porque ya mis esperanzas
quieren disfrazarse en celos.
Pajes y lacayos viste,
que la estrella que deseo,
si sale a darnos favor,
nos vuelve a todos en cielo.
Tú vendrás vestido, Otavio,
que eres príncipe, diciendo
de Portugal, en España
por mi padrino y mi dueño,
así entrarás en palacio
como que asistes sirviendo
a Laura.

OTAVIO:

¡Paso, señor,
paso! ¿Estás loco? ¿Qué es esto?
Antes de hablarte palabra
me has dicho tantas que creo,
o que ya Laura te quiere
o que ya has perdido el seso.
Lo que es prevenir caballos
y galas para el torneo
es justo y digno de ti,
que entre tantos caballeros
no ha de faltar tu valor.
Mas ser yo príncipe, entiendo
que no es acuerdo acertado,
que haremos algún enredo
de que nos resulte daño.

LISARDO:

Yo no te pido consejo,
solo que calles te pido
y que me sigas te ruego,
que son leyes del criado
la obediencia y el silencio.