La vengadora de las mujeres/Acto III

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La vengadora de las mujeres
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen JULIO y LAURA, quitándose unas armas.
JULIO:

  Ya queda abierto el jardín.
Bien puedes, señora, entrar.

LAURA:

No me puedo desarmar
del todo.

JULIO:

Venciste, en fin.
  ¡Qué bizarra que has andado!

LAURA:

Guárdame, Julio, secreto.

JULIO:

En un diamante, en efeto,
he visto al sol engastado.
  Grande fue tu atrevimiento.

LAURA:

Mayor fue mi obligación,
aunque sepas la ocasión
no sabrás mi pensamiento.
  Y así has de tener paciencia.

(Vase.)
JULIO:

Esta vez vi armada a Palas,
¡oh, Laura hermosa!, que igualas
en las armas y la ciencia.

(Sale DIANA .)
DIANA:

  ¿Quién es aquel caballero
que por el jardín entró?

JULIO:

Lo mismo pregunto yo,
y responde el jardinero
  que es del Príncipe criado.

DIANA:

  ¿Quién las llaves le daría?

JULIO:

No sé más de que es galán.

DIANA:

Yo sé que el precio le dan
de más fuerza y valentía;
  pero no a Laura, si es,
como tú dices, criado.

JULIO:

Antes pienso que le han dado
la vitoria al ferrarés.

DIANA:

¿Quién, a Alejandro?

JULIO:

  Pues quién.

DIANA:

Con el de lo blanco es risa.

JULIO:

Voyme.

DIANA:

¿Y a qué, tan a prisa?

JULIO:

Debes de quererle bien

DIANA:

  Si es quien sospecho, es muy justo.

JULIO:

¿Quién piensas?

DIANA:

Laura.

JULIO:

¿Qué dices?
Laura.

DIANA:

No te escandalices.

JULIO:

Darasle estraño disgusto
  si sabe que lo imaginas.

DIANA:

Como se fue del balcón
a la primera ocasión
y cerraron las cortinas.
  creí que no estaba allí,
y agora viéndola entrar
acabé de confirmar
lo que entonces presumí.

JULIO:

  No creas que una mujer
emprendiera desatino
tan grande.

DIANA:

Lo que imagino,
si no fue, pudiera ser;
  que mil valientes mujeres
han hecho hazañas iguales.

JULIO:

No quiero que las señales,
que basta que tú lo eres.

(Vase JULIO . Salen LISARDO y OTAVIO .)
LISARDO:

Hoy me quisiera matar,
vencido y desesperado.

OTAVIO:

  El de lo blanco, en efeto,
llevó el premio.

LISARDO:

Estoy celoso
de verle entrar más airoso,
más galán y más discreto.

OTAVIO:

  Mira que está aquí Diana.

LISARDO:

Retírate, Otavio, allí.
Perdonadme, que no os vi.
Lugar tendremos mañana;
  llámame su majestad.

DIANA:

¡Lisardo!

LISARDO:

¡Diana hermosa!

DIANA:

Yo lo fuera, a ser dichosa,
en que tanta voluntad
  fuera de ti conocida.

LISARDO:

Otras veces desta culpa
te he dado a Laura en disculpa.
Laura, en fin, de mí servida,
  que me manda no mirar
a otra dama que a su alteza,
cuya virtud y nobleza
puedo honestamente amar.

DIANA:

  ¿Amar y mirar, Lisardo?

LISARDO:

Sí, con platónico amor.

DIANA:

De aquel pasado rigor
no menos soltura aguardo.
  Será fuente detenida;
¡oh, qué furiosa ha de ser
en comenzando a correr,
a querer y a ser querida!
  Lisardo, a las ocasiones
es perderse el acercarse;
ya debe de rebelarse
Laura en sus mismas liciones.
  ¿Qué sirve quererse hacer
de tan varonil sujeto,
pues ha de ser en efeto
la mejor mujer, mujer?
  ¿O cómo se ha conocido
que la mayor fortaleza
de la mujer es flaqueza
y amor el mayor olvido?
  La más firme fue más vana;
la más grave, lisonjera;
la más dura fue de cera
y la más cuerda, de lana.
  ¡Quién la vio dar cada día
receptos contra los hombres,
dándoles infames nombres
de traidores a porfía!
  ¿Para qué fue tan tirana
de amor para honesto fin,
si había de ser en fin
la más honesta liviana?
  Quiera y déjenos querer,
porque vea a quien le toca
la más principal, más loca
y la de más ser sin ser.

(Vase.)


LISARDO:

¡Otavio, Otavio!

OTAVIO:

  Señor.

LISARDO:

¿Qué has oído?

OTAVIO:

Lo que basta
para saber que contrasta
torres, como rayo amor.

LISARDO:

  Celosa parte Diana.

OTAVIO:

Laura viene.

LISARDO:

Allí me espera.

(Sale LAURA .)
LAURA:

Hablarte a solas quisiera.

LISARDO:

Lugar tendremos mañana,
  que el español viene aquí,
que hoy ha salido al torneo.

LAURA:

Llegue vuestra alteza.

LISARDO:

Creo
que es diferente el que vi
  y el que mi banda llevó
y hoy ha salido al torneo.

OTAVIO:

Miráis con otro deseo
o lo estoy mirándoos yo.

LAURA:

  Caballero, si a una dama
es justo tratar verdad,
decidme quién sois, que en veros
justas sospechas me dais.
Lisardo dice que sois
príncipe de Portugal;
para vós pidió favores,
fieme de su lealtad,
no se los di para vos,
bien me podéis perdonar,
que no os he visto ni es justo
dar prendas sin voluntad.
El caballero que vi
con mi celosa señal,
otra vez perdón os pido,
más es, que vos sois, galán.
Decidme si lo merezco
por tener sangre real.
¿Quién es Lisardo y quién vós?

OTAVIO:

Señora, a la majestad
de vuestra heroica persona
no puedo ser desleal;
si vós me guardáis secreto,
sabréis quién soy.

LAURA:

Si pensáis
que soy mujer, engañaisos.
Aunque las pretendo honrar,
yo os juro de no decir
cosa de que os venga mal,
aunque me cueste la vida.

OTAVIO:

Pues ya es razón que sepáis
que este es el gran Federico,
que habréis oído nombrar
príncipe de Transilvania,
famoso por tierra y por mar,
no Lisardo, ni español,
aunque español en amar,
que solos los españoles
aman con firmeza igual.
Salió de azul al torneo,
bien le vistes tornear,
bien vencer aventureros,
valiente como un Roldán,
pero está desesperado
de que perderos podrá,
pues le venció un caballero
que es como el Sol celestial.
Salió con rayos al campo
imposibles de mirar,
blancas armas, blancas plumas,
divisa de castidad,
y aunque este no ha parecido...

LAURA:

¡Basta, no me digáis más!,
sino dejad que le hable.

OTAVIO:

Los pies, señora, me dad.

(Vase.)
LAURA:

  Lisardo, ya se ha partido
el caballero español.

LISARDO:

Y yo vuelvo a ver mi sol
más claro y más atrevido.

LAURA:

  ¿Por qué no viste el torneo?

LISARDO:

Soy un caballero honrado;
vime pobre y obligado
de mi valor y deseo
  Y de envidia no he querido
ver tanto galán.

LAURA:

Yo fuera
quien diera, si lo supiera,
con que salieras lucido.

LISARDO:

  Beso la tierra que pisas,
pero, ¿quién te agradó más?

LAURA:

¿Son celos?

LISARDO:

Tú lo sabrás.

LAURA:

Oye, español, sus divisas.

LISARDO:

  ¿Pues no me dirás primero,
pues le has hecho tal favor,
que has sentido del valor
del español caballero?

LAURA:

  Después, Lisardo, sabrás
cuánto se encubre en los buenos.
Oye agora lo que es menos,
mientras que sabes lo más.
  Después que Arnaldo en el supremo asiento
ocupó su lugar, y yo en el mío,
con alas de oro por el manso viento,
la fama de que soy el precio envío
al aplauso templado el instrumento.
Entró Alejandro con gallardo brío;
Alejandro, gran duque de Ferrara,
que el Sol a verle en su balcón se para.
  Con calzas verdes, armas blancas lleva,
pendiente al hombro un verde manto escuro
con mil yedras de aljofar, labor nueva,
de quien si álamo no, firme fue muro
con los padrinos y el aplauso eleva
el vulgo ya de su valor seguro.

LAURA:

En un caballo de los vientos, pluma
de la clin al codón rico de espuma,
  afirmose en el sitio ya dispuesto
y entró con más soberbias que ventajas
el príncipe de Nápoles al puesto;
las altas piezas de la vista bajas,
fuerte caballo, de color honesto,
danzando al son de las templadas cajas,
manto, penacho y calzas carmesíes,
sembrado de granadas de rubíes.
  Siguiole Enrique de Campania, conde,
en un rucio rodado corpulento,
que a las trompetas con gemir responde
celoso de seguirlas por el viento.
Su pensamiento un negro manto esconde,
aunque quiso decir su pensamiento,
pues entre mil estrellas circunstantes
se mostraba una luna de diamantes.
  El alemán gallardo Lucidoro
entró arrogante de leonado y plata
en un melado que del carro de oro
del sol, para vencer al sol, desata.
Y con igual belleza que decoro
la rienda a un bayo florisel dilata
de pardo y naranjado, tan gallardo
que toda a la inquietud parece pardo.
  Aquí llegó Rodulfo Palatino
al son de la vaqueta, levantando
un overo español cuyo camino
parece que en el aire va buscando;
otra vez a la tierra más vecino
parece que en el agua va nadando.

LAURA:

Calzas, plumas y manto negro lleva,
de algún antiguo amor tristeza nueva.
  Entre otros muchos, para no cansarte,
bizarro tu español la plaza mide,
sobre color azul, al mismo Marte,
que a la esfera del Sol rayos despide.
Un tostado alazán como con arte
naturaleza a círculos divide,
y en los matices que uno en otro embebe
sobre negro color manchas de nieve.
  Mi banda vi que el pecho le partía,
que si como era azul, fuera dorada,
la eclítica del Sol viera aquel día
de más vivas estrellas matizada.
El alazán tan a compás venía,
que al tiempo de asentar la planta herrada,
dijeras, cada vez que en alto vuela,
que tomaba consejo con la espuela.
  Describirte el valor con que, arrogante,
cuando le obliga la señal que enristre,
convertido en un monte de diamante,
pasó la lanza de la cuja al ristre,
serán las luces que sustenta Atlante
querer que a cierto número registre:
Muchos venció, gloriosa estaba España
de verle ya señor de la campaña,
  cuando sin otra música ni trompa,
padrinos, prevención, nombre ni fama,
hizo que la de todos interrompa
un caballero, que el mejor se llama,
todo de blanco. La soberbia pompa
mostró en servicio de su casta dama
hasta el caballo blanco y por los fines
lazadas blancas sobre ricas clines.

LAURA:

  Sobre las armas una esfinge bella
cuya letra decía: «Yo me entiendo».
Lleva airoso, aunque cifrado en ella,
cuanto el casto color iba diciendo;
entró en el campo con tan buena estrella
que a tu español y a los demás venciendo,
quedándose primero en la vitoria;
de todos se llevó la palma y gloria.
  Yo, entonces, la opinión de que no pueden
quererse bien, los hombres puse en duda;
porque si las virtudes tanto exceden,
confesaré que su valor se muda.
De hoy más, conmigo acreditados queden;
y más cuando tu ingenio les ayuda;
que eres, Lisardo, tal, que es bien que esperes
que te rinda el valor de las mujeres.

LISARDO:

  Laura, de tu relación
quedo celoso de suerte,
que con disfrazada muerte
me has engañado a traición.
El español con razón
puede estar desesperado
pues, habiendo levantado
sus esperanzas al cielo,
quedó como suele al yelo
arroyo por verde prado.
  Ese blanco caballero
que dices que te agradó,
diré que a mí me venció,
pues por él de celos muero,
pero ya deberle quiero
que te obligase a querer.
Mas, ¿qué no podrá vencer
hombre, que tan arrogante
pudo ablandar el diamante
de tan valiente mujer?
  En fin, ¡oh, Laura!, estarás,
si no tierna, agradecida
de verte de hombre querida;
que no quisiste jamás,
esto me consuela más,
ya que desdichado fui,
pues es fuerza que de mí
y del alma que te adora
tengas lástima, señora,
porque la tengan de ti.

LAURA:

  Menos ternura, Lisardo.
¡Flaqueza en ti! ¿Qué es aquesto?
¡Yo amor! ¿Qué dices? ¡Tan presto!
Pues ves cuánto mi honor guardo;
si sabes que me acobardo
no digas que yo he querido
blasonar de lo que he sido,
sabiendo cuánto es mejor
vivir sin tener amor
que cautivar mi sentido.
  [...]
Habla pues.

LISARDO:

Fáltame aliento.

LAURA:

¿Tú tienes celos de ti?

LISARDO:

De mí, Laura, no los tengo.

LAURA:

El caballero que dices
no vendrá más, esto es cierto.
¿Qué hay de la lición primera?

LISARDO:

Agora que te contemplo
como mandaste, y te miro
cuanto honestamente debo,
si de segunda lición
te parece que ya es tiempo,
aquí me tienes, que el alma
me sirve de libro abierto.

LAURA:

Pasar adelante puedes
del mirar, si bien honesto.

LISARDO:

¿A qué, Laura?

LAURA:

A desear.

LISARDO:

Segunda lición, deseos;
a la tercera, esperanzas,
¿adónde diréis que llego?
Pero ya sabes, señora,
que si no es habiendo puesto
término al deseo, puede...

LAURA:

No lo digas, ya te entiendo.
Desea no desearme.

LISARDO:

Para un estudiante nuevo
es esa buena lición;
que vuelvo atrás te confieso
y de aprender desconfío.

LAURA:

Pues desea que lleguemos
a declararnos los dos.

LISARDO:

¿Y qué me darás si vengo
a desear declararme?

LAURA:

Es poco lo que prometo.

(Sale DIANA al paño.)
DIANA:

Esto va perdido ya.

LISARDO:

No es poco, pero deseo.

LAURA:

Míralo bien.

LISARDO:

Una mano.

LAURA:

Que me has de perder sospecho.

DIANA:

[Aparte.]
(Linda cosa es estorbar
a dos amantes con celos.)
Tu hermano, señora mía,
viendo acabado el torneo
dice que abrevien el libro
los pretendientes, creyendo
que tú, por tu dilación,
le pides de tantos pliegos.

LAURA:

[Aparte.]
(Y plega a Dios, que tus ojos,
Diana, se pleguen presto.)
¿Hay tal modo de matarme?

[Aparte.]
(Vete, Lisardo, que quiero,descomponerme con esta.)
LISARDO:

[Aparte.]
Mira que importa el silencio.

(Vase.)
LAURA:

  Tú, Diana, ¿no venías
a traerme ese recado?

DIANA:

Y no te habrás engañado.

LAURA:

Pues bien, ¿qué es lo que querías?

DIANA:

  Como me has dado, señora,
liciones de aborrecer,
las quisiera de querer,
para querer desde agora.
  Que ya pienso que podrás,
pues ya quieres bien.

LAURA:

¿Yo? ¿A quién?

DIANA:

A Lisardo quieres bien;
honestamente no más.

LAURA:

¿Yo a Lisardo?

DIANA:

  Pues si no,
déjamele a mí querer,
que aún no le dejas volver
la libertad que me dio.

LAURA:

¿Que te quería?

DIANA:

  Si él me quiere,
¿será mucho?

LAURA:

Eso es mentira.

DIANA:

Ya tu lenguaje me admira.

LAURA:

Digo que por mí se muere.
  Y que por saber quién es
correspondo a un justo amor,
que yo sé que su valor
me disculpará después.
  Y cuando llega a decir,
quien es de mi calidad,
que tiene amor, ¿es maldad
quererlo contradecir?
  Diana, en resolución,
yo amo, deja de amar,
que no es este tu lugar.

DIANA:

Soy tu igual.

LAURA:

Tienes razón,
  pero con la diferencia
de mi parienta y mi dama.
Ama, pues hay tantos, ama,
que de hoy más tienes licencia.
  Mira y no me des enojos,
si amar tu gusto desea,
como a Lisardo no sea,
que te sacaré los ojos.

(Vase.)
DIANA:

  ¿Hay semejante rigor?
¿Hay locura semejante?
¿Pero qué firme diamante
no vuelve de cera amor?
  ¡Ay de mí!, perdí mi bien;
perdí toda mi esperanza.

(Sale LUCELA .)
LUCELA:

¿Tú triste? ¡Tanta mudanza!
¿De quién te quejas?

DIANA:

¿De quién?
  De Laura, Lucela, en fin
mujer, ama Laura ya.
Declarada Laura está
y a su desdén hizo fin.
  Y para que lo confirmes,
Lucela, basta saber
que edificios de mujer
duran poco tiempo firmes.
  ¿Qué falta no les ponía?
¿Qué culpas no les hallaba?
Sus traiciones infamaba
Laura de noche y de día.
  ¿Pero quién ha de creer,
aunque amor su ser restaura,
viendo tal ejemplo en Laura,
cosas dichas por mujer?
  Ama si quieres amar,
que ya nos dice que amemos,
como a su amor observemos
aquel sagrado lugar.
  Ama desde hoy, mas sin pena,
pues ya quedan sus liciones
cubiertas de mil borrones
y escritas en el arena.

(Vase.)


LUCELA:

  ¡Dulces vitorias de amor!
¡Levantad blasones altos!,
pues nunca se han visto faltos
de nobleza y de valor.
  ¿Para qué Laura blasona
y lo que enseña no hace,
y al amor que la deshace
hoy sus triunfos no perdona?
  Ame, pues nació mujer,
pues solo por amar
han venido a sujetar
muchas reinas su poder.

(Vase. Salen AGUSTO , ALEJANDRO y ARNALDO , con acompañamiento.)
AGUSTO:

  Ya que diste licencia que tan breve
el libro fuese, generoso Arnaldo,
conociendo de Laura el pensamiento,
manda que luego se presente el libro,
que aunque del precio estoy desconfiado,
no perderé en las letras si en las armas
no tengo la ventura que merezco.

ARNALDO:

Para serviros cuanto puedo ofrezco;
a Laura quiero hablar y sepa Laura
que son injustas ya sus dilaciones.

ALEJANDRO:

Darás con obras alma a las razones.
Más vale un libro solo, si ha cifrado
lo más que muchos sabios han escrito.

AGUSTO:

De la hermosura de la bella Elena
dos mil libros y más escribió Dídimo,
pero cansados todos y que fueran
más estimados cuando fueran menos,
siquiera porque son pocos los buenos.

ARNALDO:

Yo doy palabra que mañana, y antes
si puede ser, pronuncie la sentencia,
que no se ofende en esto la excelencia
de la virtud, ingenio y gallardía,
piedad, valor, modestia y cortesía
de la mujer a quien se rinde el hombre;
antes es gloria de su mismo nombre.

ALEJANDRO:

Con esto quedas, Príncipe, advertido
de lo que más conviene a mi descargo.

AGUSTO:

Prospérente los cielos.

ARNALDO:

Y levanten
vuestros heroicos hechos a las cumbres,
emulación de las celestes lumbres.

(Vanse AGUSTO y ALEJANDRO , sale LAURA .)
LAURA:

  ¿Qué es lo que tratáis de mí?

ARNALDO:

Laura, estos príncipes quieren,
de las causas que refieren,
hallar los premios en ti.

LAURA:

¿Han escrito?

ARNALDO:

  Ya han escrito.

LAURA:

Presenten los libros.

ARNALDO:

Creo
que dilatas su deseo.

LAURA:

Di que a Penélope imito.

ARNALDO:

  ¿Quién lo duda, si deshaces
por la noche, Laura mía,
la tela que todo el día
con tanto artificio haces?

LAURA:

  Júntalos, que ya deseo
sacarte de ese cuidado.

ARNALDO:

Voy en tu amor confiado
con ansias de ver tu empleo.

(Vase.)


LAURA:

  Ya se acerca, pensamiento,
sin poderse detener,
el decir que soy mujer
y que sus efetos siento.
¿Qué pretendo ya? ¿Qué intento
cuando amor me castigó?
¿Qué necia! Pensaba yo
que sin el hombre pudiera
vivir de aquesta manera,
y al mejor tiempo faltó.
  Perdonen las que lo son,
que no es esto hacer ofensa
a la primera defensa
que dio mi imaginación,
defenderlas es razón.
Yo las quiero defender,
mas no dejar de querer
al hombre, que sin el hombre
aun no está seguro el nombre
desto que llaman mujer.

(Sale LUCELA con un papel.)
LUCELA:

  Por no hablarte en cosas mías
con enojo, este papel
te dirá lo que por él
tan al contrario entendías.

LAURA:

  ¿Pues tú me das memorial?

LUCELA:

Y muchas después también,
para que oyéndolas bien
no salga el decreto mal.

(Lea.)
LAURA:

Lucela, hija del Conde Teodoro,
dice que, por haber servido
a vuestra alteza cuatro años y haber seguido
sus opiniones, no ha querido bien a nadie.
Suplico a vuestra alteza le dé una lición de querer,
pues ya vuestra alteza quiere.
  ¿Pues a quién quieres amar?

LUCELA:

A Agusto.

LAURA:

Pues si es tu gusto,
habla norabuena a Agusto,
que no puedo estorbar.

LUCELA:

  Páguete, señora, el cielo
tanto bien, tanto favor.

(Vase.)
LAURA:

¿Hay tal enredo de amor?
Mayor desdicha recelo.

(Sale DIANA con otro papel.)
DIANA:

  Si estás para decretar
este memorial agora,
hazme esta merced, señora,
pues tienes tiempo y lugar.

LAURA:

  ¿Has hablado con Lucela?

DIANA:

Ni la he visto.

LAURA:

Muestra a ver;
cosa que viniese a ser
algún engaño o cautela.
(Lea.)
Diana, prima de vuestra alteza, dice que, pues que vio tan imposible el amor de Lisardo, le ha puesto en Alejandro; pide y suplica a vuestra alteza sea servida darle un pasaporte de querer, no se le antoje mañana otra cosa y pierda lo que ha querido tanto tiempo.
  ¡Basta, villanas! ¿Qué hacéis,
burla de mí? ¿Qué es aquesto?
¡Dos memoriales tan presto!
¿Cómo ya mi amor sabéis?
  ¡Vete y no vuelvas aquí,
¿Hay tal burla, hay tal maldad?

DIANA:

Vengueme de la crueldad
con que se vengó de mí.

(Vase DIANA , sale LISARDO .)


LISARDO:

  ¿Dónde me llevas, amor,
  entre tantas esperanzas
de llegar al mayor precio?
No me mates como a necio
por injustas confianzas.
  Aquesta es Laura divina,
mal dije, humana es mejor,
pues ya por serlo, a mi amor
piadosamente se inclina.

LAURA:

¿Es Lisardo?

LISARDO:

  El mismo soy,
que venía triste a verte,
sospechoso de mi muerte,
que pienso que ha de ser hoy.

LAURA:

  Por ti, Lisardo, padezco
notables persecuciones.

LISARDO:

¿Para qué dabas liciones?

LAURA:

¡Para!, que ya te aborrezco,
  pues tú también me das, vaya.

LISARDO:

No te enojes, que al amor
ningún trabajo o temor
le enflaquece o le desmaya.

(Sale JULIO .)
JULIO:

  Huélgome que estéis agora
juntas dos habilidades,
dos monstruos y dos ingenios
en el mundo singulares.
Dos ángeles, y no es mucho,
pues conviene con el ángel,
el hombre, como sabéis,
en una de las tres partes.
Yo quiero bien, y pues ya
dan licencia que se trate
en esta casa de amor,
dadme un remedio que baste
para no querer.

LAURA:

¿Por qué?
Si es amor para casarte,
Julio, lícito es amor.
Ama, que no es como de antes.

JULIO:

Es muy forzoso olvidar.

LAURA:

¿Es en persona mudable?
¿Es en mujer imposible?
¿Quiere bien en otra parte?
Dime la causa.

JULIO:

La causa
es tan fuerte que me salen
colores al rostro, Laura,
y se me altera la sangre.

LAURA:

¿A quién quieres?

JULIO:

Quiero a un hombre.

LAURA:

¡Jesús!, el cielo te guarde
de dar en tan grande error.

JULIO:

No ha sido en mi mano amarle.

LAURA:

Julio, si amando a mujer
no es el amor medicable,
amando a un hombre, ¿qué esperas?

JULIO:

Que algún escolar me saque
este espíritu del cuerpo.
¡Que ni que calle o que hable,
que esté velando o durmiendo,
de mis sentidos se aparte
Alejandro!

LAURA:

¿Quién? ¿El Duque?

JULIO:

¡Que esto por un hombre pase!
Yo he de perder el juicio.

LAURA:

¡Grande lástima!

LISARDO:

Notable;
pero aquí aparte me escucha
que de su remedio trate.
Alejandro me pidió
que unas cintas tomase
para hechizarte con ellas.
Yo, por no ver hechizarte,
si a otra persona engañaba,
quise que en Julio probase,
y fingiendo que medía
su rostro, llegué a su carne,
dile las cintas y ha hecho
la hechicera que le ame
Julio. No le digas nada
hasta el día de tus bodas,
así los cielos te guarden.

LAURA:

Doy la palabra. Al fin, Julio,
dice el sabio Lusuarte
que para olvidar a un hombre
es menester que te bañes
dos veces en agua fuerte
y que con sal y vinagre
te laves después muy bien,
y que cuatro noches andes
descalzo sobre garbanzos.

JULIO:

¿Estudiastes eso aparte?
¡Gentil decreto en verdad!

LISARDO:

Pues dime, Julio, ¿no sabes
que los mayores remedios
mayores dolores traen?

JULIO:

¿Haste desenamorado
de alguna ocasión bastante
con este récipe tú?
¿Por ventura te bañaste
con agua fuerte que gasta
las piedras y aun los diamantes?
Con sal y vinagre curan
los toros que vivos salen
de las garrochas del coso,
mas no a los pobres amantes.
Aun ya pisar los garbanzos
pudiera hacerlo, que un paje
que en penitencia le dieron
que en las suelas los echase
de los zapatos y echolos
cocidos por no picarse.
¿Qué haré, triste, que me muero
por Alejandro?

LAURA:

No hables
desa suerte.

JULIO:

¿Qué he de hacer?
¡Si no puedo, aunque me maten!
¡Pobre Julio, yo soy muerto!
¡No amara yo una comadre,
una vieja, una hechicera,
una tal con treinta parches,
una con papos de mona
que se pusiera el almagre
con la mano del mortero;
una setentona fácil
teñida en cola de buey
los blancos caniculares!
¡Un hombre, un hombre! ¿Qué haré?

LAURA:

 [Aparte.]
¡Temiendo estoy que se mate!

LISARDO:

Tu hermano viene. Después
intentarás consolarle.

(Salen ARNALDO , ALEJANDRO , AGUSTO , LUCELA , DIANA y acompañamiento.)
ARNALDO:

Laura.

LAURA:

  Señor.

LISARDO:

  [Aparte.]
Laura, mi muerte ha llegado.

LAURA:

No temas.

LISARDO:

  Temo, señora,
aquel caballero fuerte,
blanco en que acertó mi muerte.

ARNALDO:

Laura, no puedes agora
  escusarte de pasar
por lo que tú misma quieres.

LAURA:

Bien vengaré las mujeres
si me obligas a casar.

JULIO:

  ¿Pues qué venganza mayor?

AGUSTO:

En esta proposición
más muestras tu discreción
que en las pasadas rigor.

ARNALDO:

  Faltando, heroicos señores,
aquellos dos caballeros,
blanco y azul, que primeros
se han de llamar vencedores,
  pues no deben de querer
casarse o ya lo estarán,
pues no parecen ni dan
para este caso poder,
  Alejandro es el mejor
y el que ha escrito en alabanza
de la mujer cuanto alcanza
ingenio, industria y valor.
  Y así, con licencia mía,
puede merecer su mano.

ALEJANDRO:

¡Dichosa mi buena suerte!
¡Voy por un premio tan alto
de mi amor y mis deseos!

LISARDO:

Eso no, porque si el blanco
caballero no parece,
el azul la está esperando.

ARNALDO:

¿Pües quién es?

LISARDO:

Yo soy.

ARNALDO:

¿Qué dices?

LISARDO:

Que he ganado
el premio que está propuesto.

ARNALDO:

¿Pues cómo, no eres Lisardo?

LISARDO:

Para ganar esta empresa
con ese nombre me llamo.

ARNALDO:

¿Pues quién eres?

LISARDO:

Federico,
el príncipe transilvano;
y porque veáis que fui
el vitorioso en el campo,
aquesta es la banda azul.

AGUSTO:

[Aparte.]
(Valedme, industria, ¿qué aguardo?)
Federico, si el segundo
fuiste, por primero gano,
que soy aquel caballero
a quien todos llamáis blanco.
Bien sabéis que es Laura mía
y que merezco su mano.

LAURA:

Con mentira no. Que yo,
por mostraros que ha llegado
el valor de las mujeres,
al más vitorioso lauro,
armada en blanco salí
a venceros y a mostraros
cómo salí con mi intento.

LISARDO:

Das un imposible caso
que no es casarte, señora,
y así merezco tu mano,
por el segundo lugar.

ALEJANDRO:

Ese le toca a Alejandro,
porque no has escrito el libro
y yo en el libro he ganado
primero lugar a todos.
presentación del que agora
para su alabanza traigo;
que si la de las mujeres
con razones has probado,
yo presento un libro vivo,
que es Laura, en que estáis mirando
las virtudes y excelencias,
y todo el valor cifrado
que hay en todas las mujeres.

ALEJANDRO:

¿Cuándo se admita el engaño
con que procedes aquí?
Es contra lo decretado
darte a Laura, porque fuiste
su criado o secretario,
y tercero de mi amor,
que en un caballero honrado
es afrenta.

LISARDO:

A lo que dices
yo respondiera en el campo,
que nunca yo fui tercero,
ni de tu amor he tratado
con Laura.

ALEJANDRO:

Testigos tengo.

LISARDO:

¿Qué testigos, Alejandro?

ALEJANDRO:

Estas cintas que me diste
de Laura.

LISARDO:

Pues has llegado
a tratar tu misma afrenta.
Sabe, generoso Arnaldo,
que quiso hechizar a Laura
y me pidió del tocado
cintas para hacer con ellas
que le amase, pero en vano,
porque dándole estas cintas,
que a Julio el rostro tocaron,
Julio ha estado, por hechizos,
de Alejandro enamorado.

JULIO:

¿Hay tal maldad? ¡Vive Dios
que quiero desafiaros!
Mas pedir primero al Rey
se duela de los trabajos
que he pasado amando a un hombre
sin saber cómo ni cuándo.
Dadme las cintas, que quiero
quemarlas, y lleve el diablo
Antes yo, pues aquí hago
cuantos se valen de hechizos,
que solo han de ser amados
por sus méritos los hombres.
Y el que fuere cojo o manco,
o tuviere otros defetos,
que suelen ser tras los años,
hechizo con el dinero,
que es el hechizo más sabio,
y ahorrará de guedejas,
bigoteras y estofados.

ALEJANDRO:

Bien pudieras, Federico,
escusar, siendo obligado
al secreto por quien eres
decirle, oyéndole tantos;
pero yo te haré entender
(Va a meter mano.)
si los caballeros...

ARNALDO:

Paso,
que si Laura tiene amor
al príncipe transilvano,
no querrá verle en peligro
antes de verle en sus brazos.
Laura, ¿quiéresle?

LAURA:

Sí, quiero.

JULIO:

¡Oh, gracias al cielo santo
que confiesas que hombre quieres!

ARNALDO:

Alejandro, si casaros
con Laura no fue posible;
Agusto, si os ha quitado
el premio por más ventura,
aquí os están esperando
Diana y Lucela.

ALEJANDRO:

Doy
a mi Diana la mano.

AGUSTO:

Y yo a Lucela.

JULIO:

Y yo estoy
por impedir, como damo,
el matrimonio del Duque.

LAURA:

Yo me he rendido, senado,
y pues vivir no es posible
sin hombres, yo me caso.
No pierda La vengadora
de las mujeres, pues tanto
cuanto aborrecerlos quise,
tanto los estimo y amo.