México, como era y como es/22

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México, como era y como es
de Brantz Mayer
traducción de Wikisource
CARTA XXII.



CARTA XXII.


CARNAVAL. CUARESMA. SEMANA SANTA.

Una de las épocas más alegres en México es el Carnaval; y aunque las diversiones no son tan numerosas o espléndidas como las de Roma y Nápoles, hay vida más conmovedora y exposición pública de alegría y placer que en otras épocas del año, entre esta población seria y reservada.

Los teatros se convierten en salones y decorados con gran gusto; regularmente nombran maestros de ceremonias; y los palcos se llenan cada noche con el bello mundo—brillando con diamantes, mientras que el pozo y el escenario se cubren con grupos de enmascarados abigarrados. En los últimos años, la gente de moda se ha abstenido de participar en los trucos de mascarada; y así el piso se ha dejado principalmente a los peluqueros franceses, reposteros y molineros de la calle Plateros, que juguetean con tanta alegría como si estuvieran en la ópera de su amado París.

Una o dos veces fui testigo de estas diversiones; pero confieso que tuve suficiente de ellos, cuando, aventurándome una vez a pararme en una cuadrilla con alguna bella desconocida, me encontré a un negro enmascarado (líder de una de las orquestas de la ciudad) ¡tomar un lugar de relación con una mujer blanca! Me declaro culpable de un prejuicio contra tales exposiciones.

El carnaval sobre la—cuaresma se observado con considerable rigor hasta Semana Santa. Como las ceremonias de esa temporada no sin sus peculiaridades, daré algunas descripciones de ellos; y no sé como hacerlo mejor que por extractos de mi diario del periodo.

DIARIO.

18 de marzo, viernes. Es la fiesta de la Virgen de Dolores. Es imposible rastrear muchas de las viejas costumbres de la iglesia, en un país donde el ritual es a menudo constituido por tantas nociones extrañas y fantásticas, excepto por suponer que la idea de los fundadores originales, fue para atraer a los indios por tantos nuevos dispositivos que podrían injertar a sus servicios regulares.


En el festival de María, la madre de nuestro Salvador, (quien es adorado aquí bajo tantas metamorfosis,) las ceremonias no solamente se realizan en las iglesias. No hay apenas una casa en la ciudad, donde no haya un pequeño santuario y adornado con profusión de adornos brillantes y flores. Vasos y jarrones de aguas colores brillan en medio de innumerables lámparas y velas de cera; mientras que las joyas más espléndidas de la señora de la mansión adornan la imagen sagrada. Los pisos de las viviendas están sembrados con rosas, dejando una ruta de acceso para los visitantes, y música y refrescos dan la bienvenida a todos los que están en hábito de intimidad con la familia. En esta hermosa exhibición, hay rivalidad considerable, y es una pluma en el sombrero de la familia que se hable de su Virgen—por excelencia—el Santo de la temporada.

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19 el sábado. Se trata de otro festival, el de "El Castísimo Patriarca Sr. San José, patrón principal de la Republica, y N. Señora de la Piedad". Es un festival, en otras palabras, de San José y la Virgen María, bajo otro nombre. Hubo servicios solemnes en las iglesias.

20 —Domingo de Ramos . A las once me fui a la Catedral, a escuchar misa. El altar principal estaba envuelto con tela púrpura, y todos los adornos cubiertos. El arzobispo se sentó bajo un dosel de terciopelo bordeado con oro, y el edificio se llenó de una congregación abigarrada, con una congregación llevando ramos por señoras, léperos, caballeros e indios. El servicio fue extraño. Púlpitos de dos clérigos subidos en cada lado del altar, mientras que otro parado en medio de los escalones que conducen a él. Todos tenían libros ante ellos y ramas de Palma en sus manos, como también, tenia el arzobispo y su grupo de servidores. Los sacerdotes en el púlpito y el de los escalones, procedieron a cantar una especie de escena dramática en latín mal pronunciado; y todo terminó con música horrible desde el coro y el órgano.

Mientras este servicio ocurría, parecía haber gran indiferencia en la conducta de los hombres bien vestidos. Las damas se sentaron en el piso sucio y con sus libros abiertos ante ellas, leyéndolos; siempre y anónimos cruzando sus frentes, boca y senos; mientras la totalidad de las clases bajas se paró como una audiencia en un extraño drama en un idioma desconocido, que lo vieron tan extraño como ininteligible. Los indios, sobre todo, que se agruparon alrededor de la base de las columnas, en toda su habitual suciedad y harapos, parecieron particularmente sorprendidos por el latín. Entre la multitud, no pude evitar notar un lépero viejo, de apariencia viciosa, (un veterano con cicatrices de en delincuencia y villanía, si podemos juzgar por su semblante) quien era extraordinariamente celoso en golpear su pecho, como si exorcizando un espíritu maligno y tormentoso.

Después de la ceremonia, nadie omitió ir a los recipientes y fuentes con agua bendita. Los indios, como de costumbre, disfrutan este privilegio codiciosamente; después de persignarse devotamente, aventaron una cantidad de líquido en sus ojos y por último, pusieron agua sobre su pelo y cara. Los infantes, especialmente, iban para una total ablución.

23. Me fui a la Catedral esta tarde al oír el Miserére. Fue un diferente de la de la Capilla Sixtina, donde la música agonizante es gemida por los eunucos del Papa. Yo sólo me quede hasta que cuatro o cinco velas se habían extinguido sobre el gran Candelabro de ébano, incrustada de plata. La música fue execrable.

24. Este día, que es en otros lugares, tal vez el más triste y más sagrado para la mentalidad espiritual de la Iglesia de Cristo—preparar el alma para los terribles juicios de mañana—en México es uno de los más alegres de la temporada. Desde las 10 de la mañana, no se le permite a caballo o vehículos de cualquier tipo que aparezca en la calle y todos los que se aventuran afuera deben hacerlo a pie. En tiempos antiguos, sin duda esto pretendía marcar el día con solemnidad peculiar; tanto por prescindir de uno de los lujos más necesarios de las clases superiores y mantener a los alegres y de moda en casa o induciéndolos a ir en una peregrinación humilde y a orar en las iglesias. Ahora, sin embargo, es solo una excusa para ostentación; y como en todos los demás estaciones del año y la moda ha hecho imperativo que ninguna dama a camine en las calles, de manera que la moda ha hecho para los sexos que aparezcan en este día, vestidos en todo el esplendor que sus bolsas permitan. Sedas, tafetanes, terciopelos, bordados, encajes, joyas, diamantes, vestidos de baile, vestidos de cena, cada especie de vestido para atraer la atención y la envidia y ¡estos se cambian varias veces en el curso del día! Durante semanas antes los fabricantes de mantillas son todos contratados—no hay una puntada que se consiga por amor o dinero—y, el Jueves Santo, la se muestra la astucia de sus agujas por primera vez en el año al aire libre y rudo.

El propósito declarado de esta presentación es visitar a pie, siete de las iglesias—que están adornadas con toda su plata, joyas, flores y adornos para la ocasión, mientras que en sus pisos se extienden las alfombras más ricas.

Aunque hay mucho que es singular a los protestantes que están acostumbrados a un simple ritual, en el esplendor de la iglesia romana en Italia y Francia, siempre hay una adecuación pintoresca de la ceremonia de la temporada, y hay un evidente significado en su efecto dramático, ilustrando los incidentes de la época. En esos países, no nos podremos liberar nunca de las asociaciones del lugar y la ceremonia en que no haya injertos corruptos de paganismo. Los ritos en el altar son maravillosos, pero casta y hermosa; la música es selecta y adecuada para el momento; el templo en el que se arrodillan, es santificado por monumentos históricos; la muerte de cientos de años— ilustres a través del tiempo—

descansan en tumbas talladas alrededor; y las obras maestras de los más grandes artistas son una vez más, en sus elocuentes lienzos, los triunfos de Santos y mártires. Pero aquí no. El ritual es indio, en lugar de civilizado o intelectual. El espectáculo es insípido y bárbaro. Los altares muestran un revoltijo de joyas, vasos sagrados y utensilios de los metales preciosos mezclados con vidrio a través del cual se refleja los matices de colores de agua y todo se superpone con frutas y flores. Es una mezcla de la iglesia y la tienda de boticario. En lugar de las imágenes gloriosas de los antiguos maestros, tiene innumerables malas figuras, mal preparadas y peor coloreadas, en marcos, el dorado y tallado de los cuales son la atracción mayor; y en lugar de los arias de Mozart y Haydn, tienes música de la última ópera y el favorito morceauz de Robert le Diable.

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Cuando los carros dejan de caminar hoy a las 10, las campanas también son silenciadas. No se permite que un mazo golpee contra el lado de una campana hasta el próximo sábado. Pero aun así, a fin de no estar sin ruido incesante en las calles, se han sustituido por cascabeles, y difícilmente se puede encontrar a un joven que no tenga uno de estos instrumentos discordantes en su mano. Los cascabeles generalmente están hechos de madera y hueso, coronado con la figura de cera de un pájaro, bebé o incluso, a veces, una Venus desnuda; pero para las clases altas son de plata ricamente decorado con adornos de buen gusto y se convierten en los regalos de moda de la temporada.

Las calles están vivas con la alegre multitud, y visité las iglesias de San Francisco, La Señora de Loreto, la Catedral, Santa Clara y la Profesa. San Francisco y La Profesa dividen al mundo de la moda; pero los viejos jesuitas se parecen llevar el día con las damas.

Me senté en las bancas, colocada contra los pilares que soportan el techo de la iglesia, como parecía ser la costumbre de los hombres sentarse, mientras que el pasillo de la iglesia está ocupado por mujeres arrodilladas. Cuando entré en el edificio solo había unas pocas en sus devociones, pero la multitud aumentó gradualmente, y en media hora el edificio se llenó con el suave zumbido de mil labios en oración.

Cerca de mí se arrodilló una dama, cuyo vestido debe haber costado miles en este país caro. Ella vestía una túnica de terciopelo morado, bordada con seda blanca, zapatos de raso blancos y medias de seda; una mantilla del más rico encaje rubio blanca caía sobre su cabeza y los hombros, y sus dedos, orejas y cuello tenia brillantes diamantes. ¡A su lado y casi tocándola, un indio agazapado, en harapos apenas suficientes para ocultar su desnudez, con pelo revuelto despeinado, piernas desnudas y una mirada vacía desde el altar precioso a la hermosa dama! Y por lo tanto, sobre toda la iglesia, la palabra era una cuadrado de señoras y léperos—¡de miseria y orgullo!

A poca distancia se arrodilló un grupo de elegantes chicas bajo la tutela de su mama y seguidas por una empleada femenina—una sustituta de la vieja dueña. Después de la señal de la cruz y hacer una reverencia hacia el altar, las dos líneas de bellas a cada lado del edificio, primero atrajeron la atención de los penitentes; pero inmediatamente se abrieron sus libros de oraciones, la frente, la boca y el pecho se cruzaron nuevamente y tarareaba una oración, con un ocasional aparte para la madre o hermana, en medio de su devoción. Después de esta mezclada ocupación de oración, charlando, persignándose y criticando de diez minutos, cerraron sus libros, se hincaron en sus rodillas hacia atrás en el piso y así sentadas en las tablas, arrojaron de lado sus mantillas a fin de mostrar un pequeño hoyuelo o un diamante. Recordando que había otras iglesias a visitar, se levantaron lentamente y salieron, a otra Capilla para poner al día sus aves y padres.

Así he esbozado el caminar por la calle y rezar a la Iglesia de hoy, pero hubo una iglesia que debo mencionar especialmente. La capilla de "Nuestra Señora de Loreto" está situada a cierta distancia del centro de la moda en México y es considerada un buen peregrinaje por los peatones que la caminan una vez al año. La visité, tanto en la mañana y como la noche. En la primera parte del día, la multitud era pequeña; pero después del atardecer era casi imposible entrar, no obstante las puertas y frente a la Plaza estaban custodiados por centinelas con bayoneta calada.

La iglesia se transformó en una arboleda de naranjos, limón y arbustos florecientes; y el incendio de una multitud de antorchas de cera se reflejaba en el altar, alrededor del cual estaban sentados los doce apóstoles en la ultima cena, en medio de una pila de plateado de oro y plata y joyas, dispuestos en una multitud de peculiares dispositivos, no sólo sobre la mesa, pero desde el piso hasta el techo. En grotesco contraste con todo este esplendor, había naranjas comunes espolvoreadas con lámina de estaño y decantadores de vidrio baratos llenos de aguas teñidas.

Cuando entré por la puerta frontal de este edificio, lo primero que llamó mi atención fue un altar lateral convertido en un árbol, en el centro de la cual era un pozo con Cristo y la mujer de Samaria a su lado. La dama había sido vestida con una elegante mantilla, en un traje de satén azul salpicado con rosa, y mientras ella se inclinaba grácilmente sobre una jarra de plata, descansando sobre el borde del pozo, nuestro Salvador estaba parado en un manto de terciopelo morado, bordado con oro y cubierto con un ¡sombrero Guayaquil!

A poca distancia de esto, en lugar de otro altar lateral, junto al principal, estaba la representación del Santo Entierro de nuestro Señor. El cuerpo, envuelto en sábanas, estaba colocado en un ataúd de cristal. "María la madre," vestida con un traje completo de terciopelo negro, con un fino pañuelo en la mano, parada entre los arbustos a sus pies. En primer plano, dos pequeños angeles de cera, también vestido de terciopelo negro, (con alas negras y faldas dobladas al frente, para mostrar sus

tobillos bien hechos en medias ricamente trabajadas y un poco más de pierna que beneficie a otras personas que bailarines de ópera,) puestos en una actitud, que naturalmente podría imaginar que estaban en el acto de hacer piruetas con la música de un piano en la esquina opuesta, que tocaba sucesivamente los valses más de moda y arias de las óperas. ¡Dos perros, (emblemas, supongo de "vigilancia,".) pero que no parecen comprender muy bien su tarea, se divertían, mientras tanto, vagando entre las macetas y oliendo las flores!


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Regresando de Nuestra Señora de Loreto, encontré las calles atestadas con personas, entre los cuales se encontraba una multitud de damas vestidas tan espléndidamente como en la mañana; muchas de ellas aun tenían sus diamantes, a pesar del inminente peligro de robo en tal lugar. Las tiendas estaban cerradas, las campanas fueron silenciadas y todo estaba tranquilo pero el zumbido de la multitud y el ruido de los miles cascabeles llenaban el aire como una pradera de saltamontes.

Fui a la Profesa y encontré una exhibición similar. Seguí a San Francisco y allí contemplé la exposición con mas gusto y menos infantil de todas. Las paredes de la iglesia tenían colgadas imágenes de gran tamaño, interpretando piezas de la vida de Cristo; y sobre el altar había un gran diseño arquitectónico, cuyos contornos estaban marcados con luces fijas en el lienzo, por lo que toda la imagen parecía dibujada con fuego. El efecto fue novedoso y hermoso y mejor para un ambiente brumoso en la Iglesia derivadas de las muchas velas.

En otra de las siete capillas de San Francisco, una figura de nuestro Señor, de tamaño natural, estaba sentada al pie del altar, coronado de espinas y sangrando en cada poro; mientras, en un lado de altar, estaba la Virgen, (una vez más en terciopelo negro,) con una larga espada recta enterrada a través de su corazón y su ojos viendo hacía arriba como una Cleopatra agonizante. La multitud aquí era inmensa, y fue necesario preservar el orden emplazando guardias en todas las puertas.

Al paso por la calle, observé que varios puestos habían sido erigidos en las principales esquinas y en la plaza. Están bien hechos de cañas y esteras, y sus mostradores están tejidos al frente con clavo de olor entrelazado con flores. Solo venden horchata y otras bebidas refrescantes en ellas, y en la multitud entera de este día de ociosidad no he visto un indio o un lépero borracho.

La Catedral también estaba iluminada igual que el resto de las iglesias, y había adornos similares. En medio de la nave izquierda se había erigido un altar de plata, desde ayer, que llegó casi hasta el techo; pero fue llenado sin gusto de figuras de Santos y pilares de madera, pintados imitando mármol. En este altar se exhibía el Santísimo Sacramento durante el período en el cual no hay consagración de elementos permitido por la iglesia.


A las puertas de la mayoría de estos edificios sagrados había damas sentadas, quienes recibían limosnas en grandes platos de plata y recompensaban con una dulce sonrisa; pero en la sacristía de la catedral tenían un sistema de limosnas que no he observado en otros lugares. Era una feria regular de indulgencias.

El cuerpo de nuestro Señor, en cera, estaba colocado en un ataúd cerca de la puerta, al entrar de la Catedral, y cerca de ella, había otra figura, representándolo como llegó de sus azotadores, sangrado y débil. Cerca de estas dos figuras sacerdotes se sientan mendigando a los que pasan por una donación a cambio de indulgencias. "Indulgencia de diez años por limosnas al Santo Sepulcro," dijo uno de ellos, con el plato enfrente;—y "indulgencia de veinte años por una limosna para la redención de los fieles en cautiverio," gritó el franciscano alto con hábito azul, que se encontraba cerca de la puerta al salir, ofreciendo más que su competidor menos liberal entre las figuras.

25,Viernes Santo. Los vestidos alegres de ayer se cambian por unos de profundo negro, usados por hombres y mujeres, y se celebra el día por servicios solemnes. Extrañé ver el "Descendimiento de la Cruz," en la Iglesia de Balbanera, que se dice es interpretado con marionetas y admirablemente bien ejecutada.

26. Este es el último día de las ceremonias, y a las nueve y media en la mañana el requerimiento fue tomado por campanas y carruajes. Las calles por supuesto inmediatamente se llenaron con todas las carrozas de la ciudad, cuyos choferes sólo esperaban el primer sonido de las torres de iglesia, para salir de sus patios. El repicar de las campanas era incesante, y en el mismo momento, el aire estaba lleno con el humo y la explosión de innumerables de cohetes y fuegos artificiales, llamados a "Judas" y "herejes" extendidos con cuerdas a través de las calles. La multitud de perros con que la ciudad está infestada, asustados por el inusual ruido, aullaba a lo largo de las calles, y la gran diversión de los léperos era tirar a las pobres bestias con cuerdas que corrían salvajemente sobre las abarrotadas arterias. Y así terminó en humo, gritos, tintineo, paso de carrozas, caballos, reventada de Judas, perros zancadilleados y locura, esta farsa caricaturesca del evento más terrible en la historia de la religión. En la vanidad de ostentación personal su efecto se tira a las clases mejores, mientras que todo se pierde en el espectáculo bárbaro y barato que se hace para atontar y sorprender a los ignorantes y bajos.