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rio con el nombre «federación», donde faltaban el predicador y el franciscano.

Pasar del siglo xvi de la España á los primeros días del siglo xix de la Francia, era más bien un sueño de poetas pastoriles que una concepción de hombres de Estado; y los resultados de ese sueño están ahí vivos y palpitantes en la reacción que representa Rosas: ese Mesías de sangre que esperaba la plebe argentina, hija fanática de la superstición española, para entonar himnos de muerte en alabanzas del absolutismo y de la ignorancia: ¡ahí está Cuitiño, la mejor expresión de esa plebe, y ahí está su mano ensangrentada, el mejor canto en loor de su Rey, y en homenaje a su fanetismo!

VI

VICTORICA

—Buenas noches, doña Manuelita —dijo Cuitiño á la hija de Rosas, encontrándola cuando entraba con Corvalán en el gabinete de su padre.

¡Buenas noches 1—dijo la joven, refugiándose al lado de Corvalán, cual si temiese el contacto de aquel demonio de sangre que pasaba junto á elle.

—Corvalán—dijo Rosas viéndole entrar con Manuela, vaya usted á llamar á Victorica.

—Acaba de entrar, y está en la oficina. En este momento me preguntaba si podría hablar con Vuecelencia.

—Que entre,