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cuestión, no queriendo, por otra parte, en sus más tria, la Inglaterra y la Francia, atendían á esa cuestión, no queriendo, por otra parte, en sus mús altas miras, sino la continuación de la paz europea.

T Esa cuestión era simplemente una querella hereditaria entre el Sultán y el Paché de Egipto.

La Francia insistía en que se accediese á las pretensiones de Mehemot—Ali; y la Inglaterra resistía al pensamiento de la Francia, conviniendo solamente en que se agregase al bajalato de Egipto una parte de la Siria hasta el monte Carmelo.

Pero, entretanto, la Rusia se declaraba protectora natural de Constantinopla contra todo enemigo que avanzase por el Asia Menor. «Obren la l'ran»cia y la Inglaterra contra Mchemet—Ali, y dejen »á la Rusie que guarde á Constantinopla»,—decía el Emperador.—Pero la Inglaterra, cuyo gabinete era dirigido por lord Palmerston, tenía la suficiente perspicacia política, para no comprender todo el peligro que se corría en dejar el tulipán del Bósforo bajo la planta del Oso del Norte. Y'entonces, velando con todos los adornos de la más hábil diplomacia, su negativa a las proposiciones del gabinete de San Petersburgo, lord Palmerstoul procuró convencerlo, y logró reducirlo á que la protección que necesitaba Constantinopla se le diese por medio de una escuadra rusa en el Bósforo, y de otra escuadra combinada anglo—francesa en los Dardanelos.

Así, pues, el estado de la cuestión de Oriente, en los primeros meses del año 40, era el siguiente:

la Rusia, la Inglaterra, el Austria y la Prusia, habían convenido en que Mehemet—Alí quedase reducido á la posesión hereditaria del Egipto; pero