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la Francia se negaba á consentir esta resolución.

Todas las potencias, no obstante, estaban convenidas en proteger, en combinación, á Constantinopla, sin dejar de observarse unas á otras, con esa desconfianza que marca siempre el carácter de la política internacional de la Europa, de que los americanos no podemos aprender sino lecciones que, si enseñan la virtud de la circunspección, enseñau también el vicio de la mala fe, porque aquélla no existiría en tan alto grado, sí en tan alto grado nose temiesen los efectos de ésta.

En tal estado de cosas, fácil es ahora comprender que la Inglaterra no estaba en disposición de prestar grande atención á sus mercaderes del Río de la Plata, cuando tenía, por temor de la Rusia, que estrechar su alianza con la Francia, en presencia de la más grave cuestión de la actualidad.

El señor Mandeville, sin embargo, no desma yaba por eso. Y, decididamente, en favor de los intereses personales de Rosas, trabajaba cuanto le era posible en una posición como la suya, por imprimir un movimiento contrario á los negocios del Plata; y obra suya fueron las proposiciones de Rosas á M. Martigni, y obra exclusivamente suya la entrevista en la Acteon.

Rosas tenía en él una completa confianza; es decir, conocía que Mandeville sentía, como todos, la enfermedad del miedo; y contaba con su inteligencia cuando necesitaba de un enredo político, como contaba con el puñal de sus mazorqueros cuando había una víctima que sacrificar á su sistema.

Tal es el personaje que atraviesa el gabinete y la alcoba de Rosas, y que entra en el comedor donde Rosas lo espera. Era un hombre todo vesti-