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en auxilio de sus partidarios en ellas, al general La Madrid en el estado en que se ha visto.

Para la provincia de Buenos Aires, sólo contaba con su hermano Prudencio, Granada, González, Ramírez, al frente de pequeñas divisiones sin moral y sin disciplina.

Y para aterrorizar la capital, sólo contaba con la Mazorca.

Otros peligros todavía mayores lo amenazaban aún, hasta la época en que nos encontramos.

El general Rivera, embelesado con su victoria de Cagancha, no hacía sino pasearse con su ejercito de un punto al otro de la República Uruguaya, sin ir á buscar sobre el territorio de su enemigo los resultados provechosos de aquella acción.

Pequeñeces de carácter quizá, que la historia sabrá revelar más tarde, estorbaban la unidad de acción entre los dos Generales á quienes la victoria acababa de favorecer. Pero el pronunciamiento del pueblo oriental era inequivoco. Desde el primer hombre de Estado hasta el último ciudadano, comprendían la necesidad de obrar enérgicamente contra Rosas; y el noble deseo de contribuir á la libertad argentina no entusiasmaba menos á los orientales en esos momentos, que á los mismos hijos de la República. Era sólo el general Rivera el responsable de su inacción. Pero aquella opinión tan pronunciada hacía esperar que de un momento á otro se diese principio á la simultaneidad de las operaciones militares, y Rosas no podía menos de creerlo así.

Ultimamente, estaba el poder de la Francia delante del dictador.

Desde la ascensión del general Rivera á la presidencia de la República, una alianza de hecho se