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lles arrimadas á la pared, una montura completa en un rincón, y algo más que describiremos dentro do un momento. Esta habitación recibía las luces por dos ventanas cubiertas de celosías, que daban á la calle; y por el tabique de la izquierda se comunicaba con un dormitorio, como éste á su vez con varias otras habitaciones que cuadraban el patio á la derecha. En una de ellas, alumbrada, como todas las otras, por algunas velas de sebo, se veía a una mujer dormida sobre una cama, pero completamente vestida, y cuyo traje abrochado, hacía dificultosa su respiración.

En el cuarto de la mesa cuadrada había cuatro hombres alrededor de ella.

El primero era un hombre grueso, como de cuarenta y ocho años de edad, sus mejillas carnudas y rosadas, labios contraidos, frente alta pero angoste, ojos pequeños y encapotados por el pápado superior, y de un conjunto, sin embargo, más bien agradable, pero chocante á la vista. Este hombre estaba vestido con un calzón de paño negro, muy ancho, una chapona color pasa, una corbata negra con una sola vuelta al cuello y un sombrero de paja, cuyas anchas alas lo cubrirían el rostro ú no estar en aquel momento enroscada hacia arriba la parte que daba sobre su frente.

Los otros tres hombres eran jóvenes de veinticinco á treinta años, vestidos modestamente, y dos de ellos excesivamente pálidos y ojerosos.

El hombre de sombrero de pajo leís un montón de cartas que tenía delante, y los jóvenes escribían.

— En un ángulo de esta habitación se veía otra figura humana, y al parecer con vida. Era la de un viejecito de setenta á setenta y dos años de