edad, de fisonomía enjuta, escuálida, sobre la que caían las guedejes de un desordenado cabello, casi blanco todo él, y cuyo cuerpo flaco, y algo contrahecho por la elevación del hombro izquierdo sobre el derecho, estaba vestido con una casaca militar de paño grana, cuyas charreteras cobrizas, con sus canelones más decrépitos que el portador de éstas, caían de los hombros, la una hacia el pecho y la otra hacia la espalda. Una faja de seda roja, rala y mugrienta como la casaca, la, ataba á la cintura un espadín, que parecía heredado de los primeros cabiläantes del virreinato; y un pantalón de color indefinible, y unas botas lustradas con barro, completaban la parte ostensible del vestido de aquel hombre, que sólo mostraba scñales de vida por las cabezadas que daba, en la terrible lucha que había emprendido con el sueño.
En el ángulo opuesto, hacia espaldas del hombre del sombrero de paja, había en el suelo el cuerpo de un hombre, enroscado como una boa. Era ese hombre un mulato gordo y bajo al parecer, poro indudablemente vestido con el manteo de un sacerdote, y que dormía, tendido y pegando sus rodillas contra el pecho, un sueño profundísimo y tranquilo.
El silencio era sepulcral. Pero, de repente, uno de los escribientes levanta la cabeza y pone la pluma en el tintero.
— Acabó usted ?—dice el hombre del sombrero de paja, dirigiéndose al joven.
—Sí, Excelentísimo señor.
—A ver, lea usted.
—«En la provincia de Tucumán: Marco. M. de »Avellaneda, José Toribio del Corro, Piedrabuena >(Bernabé), José Colombres. Por la provincia de
