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la mujer, no hubiéramos nacido, y no seríamos tan desgraciados.

La escena era animadísima y repugnante. Los manteles manchados estaban cubiertos por los vasos medio vacíos. Los ojos de los circunstantes resplandecian con la fosforencia de la embriaguez. Llegaron los licores, y se levantó una algarabia infernal. Todos hablaban á la vez, todos gritaban....

Las cabezas de algunos se movian pesadamente á uno y otro lado de los hombros, abrumadas por el alcohol. Dos ó tres jóvenes dormian ya, con los brazos estirados en la mesa, y el rostro caido sobre el mantel. Lindoro era uno de ellos.

Dupont contemplaba aquella escena sonriendo sarcásticamente.

— Oh juventud que prometes tanto á tu patria, murmuraba, pues el vino, aunque no habia turbado sus ideas, le hacia filosofar. Aquí estás. Yo te veo... Blasonas de tener sentimientos nobles, y vienes aquí á olvidarte de que vives. Luego dirán que yo soy el abyecto, porque no peroro ante el mundo, defendiendo la virtud! Y estos? .... Dicen que son puros y se emborrachan!.... Gritan que el país no abre .sus puertas al adelanto, que no se protejen las le-