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de Sherlock Holmes

to de un hombre cuyo disgusto es demasiado profundo para permitirle hablar. Unas yardas más allá se detuvo al pie de un farol, y se rió con la manera cordial, pero silenciosa, que leera peculiar.

—Cuando vea usted á un hombre con esas patillas y el pañuelo rojo asomándole del bolsillo, puede usted estar seguro de arrastrarle en cualquier momento á una apuesta—dijo.—Estoy seguro de que si le hubiera puesto por delante cien libras, ese hombre no me habría dado informaciones tan completas como las que le he sacado al inculcarle la idea de que sólo me comunicaba sus datos para ganar una apuesta.

Bueno, Watson: ne parece que ya nos acercamos al fin de nuestra investigación, y que el único punto que queda por aclarar es si debemos ir esta noche á ver á esa señora Oakshott, ó si dejamos eso para mañana. Se ve claramente, por lo que este sujeto nos ha dicho en su enojo, que hay otras personas, además de nosotros, por conocer lo que queremos nosotros saber. Y me inclinaría...

Unos gritos vigorosos que salían del mismo puesto del mercado de donde nosotros acabábamos de salir, interrumpieron sus observaciones.

Volvimos los ojos y vimos á un hombrecito con cara de ratón, parado en el centro del circulo de luz amarilla que arrojaba el farol de la fachada, y á Breckinridge que, encuadrado en el marco de la puerta, blandía furiosamente los puños hacia el hombrecito.