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Aventuras

Pues...— contesté: — como me dijiste que para Navidad me darías uno, estaba tocándolos para ver cuál era el más gordo.

—10h—dijo ella:—el tuyo está apartado, y nosotros lo llamamos ya cel ganso de Jaime.» Es ese grande, tan blanco, que está allá. Son por todos veintiséis, de los cuales uno es para tí, uno para nosotros y dos docenas para el mercado.

—Gracias, Margarita—dije yo;—pero si no te importa, yo prefiero el que tenía ahora en las manos.

—El otro pesa tres libras más—me dijo ella; —y lo hemos engordado expresamente para ti.

—No importa, quiero ese que te digo, y voy á llevármelo ahora—contesté.

—Oh, haz lo que quieras!—me replicó ella, un poco ofendida.—¿Cuál es el que dices que quieres?

—Ese blanco, que tiene una faja negra en la cola; el que está en medio del grupo.

—Sí, Muy bien. Mátalo y llévatelo.

Así lo hice, señor Holmes, y me llevé el ganso á Kilburn. Dije á mi camarada lo que había hecho, porque es hombre á quien se le puede decir todo: él se rió hasta más no poder, y tomamos un cuchillo y abrimos el ganso. El corazón se me derritió al ver que no había dentro del animal ni señales de la piedra. Comprendiendo que había habido una terrible equivocación, solté el ganso, corrí á casa de mi hermana, y me preci-