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Aventuras

para el observador, excelentes para desgarrar el velo de los móviles y actos de los hombres. Pero si el razonador ejercitado admitía semejantes intromisiones en su temperamento delicado y finamente ajustado, con eso introducía en su vida un factor distrayente que podia arrojar una duda sobre los resultados de su labor mental. La rotura de un instrumento de precisión, una rajadura en uno de sus poderosos lentes, no habrían sido tan pertubadores como una emoción fuerte en una naturaleza como la suya. Y sin embargo, no había para él más mujer que una, y ésta era la difunta Irene Adler, de memoria dudosa y discutible.

Yo había visto poco á Holmes recientemente. Mi matrimonio nos había apartado el uno del otro. Mi completa felicidad, y los intereses del hogar que se alzan en torno del hombre que por primera vez se encuentra dueño de una casa, eran suficientes para absorber mi atención; mientras Holmes, que aborrecía todas las formas de la sociedad con la fuerza entera de su alma bohemia, continuaba en nuestro departamento de la calle Baker, sepultado entre sus viejos libros y alternando de semana á semana entre la cocaina y la ambición, el efecto adormecedor de la droga y la fiera energia de su activa naturaleza. Vivía aún, como había vivido siempre, profundamente atraido por el estudio del crimen, y ocupaba sus inmensas facultades y su extraordinario poder de observación, en