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putas. Estaba siempre de buen humor, y era una excelente persona; pero cuando se atufaba, lo que ocurría algunas veces cuando bebía un poco más de lo regular, nadie gustaba de encontrarse con sus puños, que eran fuertes y los manejaba á la perfección.

La primera semana en aquel destino fué para mí de verdadera prueba. Como no estaba acostumbrado á las calles de Londres, sus ruidos, sus carreras, y la aglomeración de caballos, carros y coches, & través de los cuales tenía que hacerme camino, me hacían sentirme inquieto, y hasta fatigado; pero pronto me convencí de que podía confiar en mi conductor, y me hice á todo.

Perico era tan buen cochero como el mejor de cuantos yo había conocido, y á ello había que agregar que se ocupaba de sus caballos tanto como de sí mismo. Pronto comprendi que yo era voluntario para el trabajo, y que me gustaba hacerlo de la mejor manera posible. Jamás me tendía el látigo, como no fuese para dejar caer la punta de él sobre mi lomo, con suavidad, á la arrancada, lo cual, generalmente, no era tampoco necesario, pues yo comprendía cuándo debía arrancar, en el modo con que él tomaba las riendas, y creo que el látigo descansaba más tiempo á su lado que en su mano.