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Amo y caballo nos entendimos bien pronto, tanto cuanto un hombre y un caballo pueden entenderse. En la cuadra hacía todo lo que pudiera ser más conveniente á mi bienestar. Aquélla era del estilo antiguo, muy en declive; pero él ponía en la parte posterior dos barras movibles, por la noche, y cuando íbamos á descansar nos quitaba la cabezada, con lo cual podíamos movernos en todas direcciones y estar como mejor nos placía.

Perico nos tenía siempre muy limpios, y nos variaba el pienso cuanto podía, dándonoslo abundante, sin faltarnos nunca agua fresca y limpia, que día y noche teníamos á nuestra disposición, excepto, por supuesto, cuando volvíamos sofocados del trabajo. Hay quien opina que un caballo no debe beber todo lo que desee; péro yo digo que si se nos permitiese siempre que nos apetece, beberíamos un poco cada vez, y nos haría mucho más provecho que tragar un cubo entero, de una sentada, por haber carecido de agua hasta sentirnos sedientos y abatidos.

Hay cocheros que se van muy tranquilos á descansar, dejándonos con el pienso de grano y el heno, sin nada con que humedecerlos, y, naturalmente, cuando luego nos dan el agua, bebemos mucha de una vez, y suele ocasionarnos des-