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XIV.

Tusé mis caballos, chiflando de contento, y aco modé mis prendas con prolija satisfacción. Los pesos, que sentía hinchar mi tirador, me daban un aplomo de rico y pasé la mañana acomodando cuanto tenía para ponerlo todo a la altura de mi riqueza.

Iríamos a una feria, ruidosamente anunciada por los rematadores lugareños, y como allí encontraría mucha gente del reñidero, no quería desmerecer la fama adquirida con mis apuestas, exponiendo una pobreza desaliñada.

A las once salimos del puesto, despidiéndonos de nuestros amigos hospitalarios y nos dirigimos cruzando el pueblo hacia los locales del remate.

Tomamos una calle desierta. Pasamos al galope por la plaza principal y, a las dos cuadras, paramos frente a un almacén. A los costados de la