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incrédulo, una incondicional admiración. Sabía desconcertar quedando impasible y a la duda que por momento despertaba, sobre su inocencia aparente o su profunda malicia, seguía de inmediato el respeto y la expectativa. Como otro arte suyo era saberse ir a tiempo, aprovechó la atención general para ponerse a hablar bajo con un hombre, que estaba a su lado.

El paisano del overo me preguntó de dónde éramos.

—De San Antonio.

—De San Antonio?

terció el del cebruno.

Yo he sabido trabajar allá, en los campos del General Roca. Y este hombre dijo señalando ha andao hace poco con arreo por al del bayo esos pagos.

— 199 —¡Ahá!

cia de un tal Costa.

—Acosta —Eso es.

Nos fuimos arrimando al rancho. En el patio grande, abajo de los sauces, ardían los fogones lamiendo la carne de los asadores. ¡Lindo olorcito!

Habría entre todos unos veinte paisanos.

Al aclarar del día siguiente llegarían unos diez más.

Todos venían de distantes puestos. Decididamen— corregi.

contestó el aludido — en una estan-