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Más afuera las tropillas con sus yecha genteguas maneadas, formaban el último círculo.

—¿Compañero, no ha visto el venao?

Me interpelaba un paisano, bien montado en un oscurito escarciador, refiriéndose a que estábamos en ayunas.

A la verdad, nuestra hambre bien nos podía hacer ver cualquier cuadrúpedo comible, pues eran las diez y, desde las dos de la madrugada, no habíamos "matao el bichito" más que con unos cimarrones.

Miré para el lado de los carneadores, que ya llevaban a medio asar la vaquillona de año, que esa mañana habían volteado para el peonajepregunté —¿Por qué no noh'arrimamos tomar unos amargos si mal no viene?

No faltaban, de rodeos anteriores y anteriores carneadas, buenas cabezas de osamenta, guampudas, en que asentar el cuerpo. Después mudaría caballo. Por el momento le aflojé la cincha al Moro y me ocupé de mí mismo.

Como la noche anterior, comimos y mateamos en silencio.

— a Decididamente esa gente me daba gana de estar solo y, como tenía tiempo antes de empezar el trabajo, dejé mate y compañía para tardarme mu-