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XVII.

Empezó el torneo bárbaro. Como éramos muchos, hacíamos varias cosas a un tiempo. Para un lado, hacía el señuelo, se paleteaban las reses.

Para otro se arriaban a cierta distancia, campo afuera, a fin de voltearlas a lazo y curar, descornar, capar, o simplemente cuerearlas, después del obligado degüello, si estaban en estado de enfermedad incurable.

En yunta con el mocito rubio, compañero de recogida esa mañana, nos dedicamos al aparte.

Las reses eran escasas, pues se elegían toros jóvenes que, después de ser largados en un potrero pastoso y capados, se invernarían. ¿Qué iba a salir de bueno, para el engorde, de esa extraña reunión de patas largas y lomos a lo boga? El en