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el caballo, lo dejé tomar distancia y con buena puntería, la suerte ayudando, le cerré la armada en las mismas aspas. Estábamos prendidos uno a otro, imposibilitados para huirnos, como dos paisanos que van a pelear atados pie con pie.

Miró para toTenía yo una confianza absoluta en la resistencia de mi lazo. El primer tirón lo hizo sentar al toro sobre los garrones. Aunque era ya oscuro el atardecer, nos veíamos bien. El barroso sintiéndose sujeto se enderezó furioso. También él se afirmaba en su voluntad de matardos lados, a mí, a Patrocinio que se mantenía listo.

Parecía más alto y más liviano. Y arrancó contra mí a lo bruto. Era lo que yo quería. Lo esperé, confiado en la agilidad de mi Orejuela. Fué rápido. Llegaba, le quité el pingo y bolié el lazo por sobre la cabeza, para quedar aprestado al cimbrón. Pasó el barroso con tanta furia que Patrocinio, aunque supiera mi intento, no pudo evitar la exclamación:

—¡Cuidao!

Yo tuve tiempo de pensar dentro de mi saña:

"Cuanto más te apurés, mejor te vah'a quebrar".

Casi junto con el grito de Patrocinio, oí un ruido como de cachetada. "Tomá", me dije, pero el lazo se había cortado. El lobuno, llamado por el