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Aunque el trecho que me separaba del puesto, en el que encontraría a mi padrino, era un tanto largo, me puse a andar al tranco. Llegaría recién al amanecer ¡qué importaba! tenía ganas de pensar o tal vez de no pensar, pero seguramente sí de que los últimos acontecimientos se asentaran en mi memoria. Además, no quería abusar de mi Obrazo, por el que corrían tropelitos de cosquillas.

Miseria es eso de andar con el corazón zozobrando en el pecho y la memoria extraviada en un pozo de tristeza, pensando en la injusticia del destino, como si éste debiera ocuparse de los caprichos de cada uno. El buen paisano olvida flojeras, hincha el lomo a los sinsabores, y endereza a la suerte que le aguarda, con toda la confianza puesta en su coraje. "Hacete duro, muchacho", me había dicho una noche Don Segundo, asentándome un rebencazo por las paletas. A su vez, la vida me rebenqueaba con el mismo consejo. Pero qué mal golpe que me aflojaba la voluntad hasta los caracuces, sugiriéndome la posibilidad de volver hacia atrás, con un ruego de amor para una hembra enredadora.

Contrariando mi debilidad, miraba adelante, firme.

Crucé unos charquitos llorones, que quién sabe