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gallos? Podía golpearme el tirador para sentir el bulto de los pesos, enrolladitos en sus bolsillos.

Si bien es cierto que nunca faltan encontrones cuando un gaucho se divierte, también sucede que en sus tristezas le salga al cruce alguna diversión.

A los seis días de marcha, caímos a un boliche, donde se debían de correr esa tarde unas carreras En medio del callejón, del que habían elegido un trecho bien parejo, clareaban dos andariveles, emparejados a pala—ancha.

Ya un gringo había instalado una carpa con comida, masas y beberaje.

Una china pastelera, paseaba sus golosinas en dos canastas, perseguidas por las moscas y alguno que otro chiquilín pedigüeño. Un viejo llevaba de tiro un tordillo enmantado, ofreciendo números de rifa. Y, tanto la carpa como la pulpería, tenían ya su "mamao" por adelantado.

Yo conocía esas cosas desde chico, y me movía en ellas como sapo en el barro.

Empezaba a caer gente. Dos parejeros eran centro de un grupo de paisanos. Grupo muy quieto y misterioso, que se secreteaba por lo bajo.

Almorzamos en la pulpería. Al "mamao", que en seguida se nos pegó, dándonos latosos infor-