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decían: "se ha muerto", otros aseguraban que el pico blanco, desbocado, se había llevado por delante como siete hombres de a pie. Resultó finalmente que el caballo, embravecido por los repetidos piques, había hecho carretilla, atropellando el alambrado y haciéndose pedazos en él. El corredor salvó, por milagro, con unos chichones y peladuras en la cabeza.

Gané treinta pesos, casi sin haberlo pensado.

El mozo, que explicaba los defectos del alazancito del tal Silvano, señaló con el cabo del rebenque.

—Ahí vienen.

—¿Vamoh'a verlos?

propuse a mis compañeros.

¡Qué pintura el alazancito de Silvano! Mientras lo contemplábamos, repetí lo que había oído.

Pasó el mano blanca. Un veterano tranquilo, más bien feo, de pelo zaino oscuro. Empezaron a jugarle dando usura. Los seguimos para verlos partir.

El alazancito lo sobró en dos piques y la plata se puso a la par.

El perudo, que me había ganado los cien pesos, me hizo una entrada:

—Y mocito? ¿Cuánto va al mano blanca?

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