Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/337

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 335 —

do, ya alta la mañana, pasamos por las quintas de Navarro.

Dejé mis tristezas para atender mis recuerdos.

¡Qué curioso!, los mismos lugares que me veían abatido y pobre, habían presenciado mi más gran optimismo y mi mayor riqueza. Por allí mismo pasé, orondo y ladino, sentado medio al sesgo sobre el bayo Comadreja que sabía "cortar chiquito", pulsando la suerte que, en las riñas de gallos, me había llenado el tirador de papeles de a diez.

¡Qué día aquel! ¡Qué gallo el bataraz picoquebrado! Cómo había peleado sin flojeras durante una hora, esperando su momento y cómo había sabido aprovecharlo cuando vino! Me reía sólo, evocando mi audacia para ofrecer y tomar posturas, mi fe en que no perdería, mi desfachatez de mocoso engreído al recibir el pago de las apuestas. ¿No había creído entonces que ese era mi destino y que la suerte me pertenecía? Recordé también nuestro almuerzo en la fonda. Había unos gringos groserotes y charlatanes, ¿de qué nación? y un gallego hablaba de romerfas.

Que un recuerdo traiga otro, es natural. Pero que un recuerdo traiga a un hombre, es cosa extraordinaria. Alguien hablaba a mi padrino y, no