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XXVI.
Tanto las yeguas como los caballos viejos, olfatearon el camino de la querencia. Yo también sentía contenidamente esa aproximación a mis pagos, de donde tan desplumado y dolorido había salido, jurando en mi interior no volver. Pago es patria chica y, por más que nos independicemos, nos quedan metidos dentro cuñas de goce o de dolor ya, hechos carne con el tiempo.
Sin querer apurar el galope, llegamos esa noche a Luján.
Al día siguiente, partimos y mis ojos empezaron a acostarse en lo conocido, como en un sueño evocado de intento. El olor particular de los pastos y de algún arroyo, se me metían en el pecho como en su casa.