Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/70

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 68 —

El hombre me estudiaba con ojos socarrones y adiviné una ligera sonrisa dentro de la barba.

—¿Eh' usté el comprador?

—Si no manda otra cosa.

—Ahí está el potrillo..., lo doy por veinte pesos.

—¿Puedo mirarlo?

—Cómo no..., hasta que se enllene.

Tras una corta mirada, que no fué muy clara, dada la turbación que me infundía mi papel importante, volví hacia el dueño.

—Mañana, con su licencia, vendré a buscarlo y le traeré la plata.

—Había sido redondo pa los negocios.

—......

Un rato quedé sin saber de qué hablar y como aquel hombre parecía más inclinado a la ironía muda que al gracejo, saludé, llevándome la mano al sombrero, y dí frente a mi huellita.

El perro bayo quiso cargarme, pero, decididamente, su amo sabía hacerse obedecer. No sé por qué, llevaba una impresión de temor y apuré el paso hasta esconderme en el maizal, donde me sentí libre de dos ojos incómodamente persistentes.

Una pequeña silueta salió a unos veinte metros delante mío, poniéndose a caminar en el mismo