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―Creo que debe tener lugar esta entrevista. Espera que la reaccion que no puede menos de producir en ella, por lo inesperada, termine la enfermedad. No puedo sin embargo asegurar á V. que la salve.

―Pero ¿es de temer que precipite su muerte? preguntó D. Diego con ansiedad.

―Nada puedo asegurar á V. Es un medio estremo á que debemos recurrir en el estado en que se halla.

―¡Ah, Dios mio, salvad á mi hija! dijo el solícito padre.

―Pongamos nosotros los medios, replicó el médico, y esperemos confiados en su bondad.

Dirigiéronse al cuarto de la enferma, que estaba mas despejada en aquel momento, habiendo cedido aunque poco la calentura.

Despues que se hubo enterado minuciosamente de su estado, le dijo el médico:

―Anita, esta mañana ha llegado de Madrid, donde hace poco se ha recibido, un jóven médico amigo mio: me ha preguntado por mis enfermos, y ha manifestado vivos deseos de ver á V. No he querido traerle sin preguntar á V. antes si me lo permite.

―¿De Madrid ha dicho V.?

―Sí.

―No tengo inconveniente en que venga, tal vez me dé noticias de.....

―Como que es íntimo amigo suyo, interrumpió él adivinando el pensamiento de Anita, y fijando en ella su mirada.