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«galoneado de oro, mosquiteros de lo mismo, frenos, es-
«tribos y espuelas de plata: algunos añaden pretales cu-
«biertos de cascabeles del mismo metal. Los que no tie-
«nen caudal para tanto, cubren sus caballos de variedad
«de cintas, haciéndoles crines, colas y jaeces de este gé-
«nero, adornándoles con todo el primor y gusto que pue-
«den, sin detenerse en empeñar ó vender lo mejor de su
«casa para lucir en la corrida.

«Esta no tiene órden ni disposicion alguna: luego que
«dan las doce de la víspera de S. Juan, salen por aquellas
«calles con sus caballos, que son muy veloces y de una
«marcha muy cómoda. Corren en pelotones, que por lo co-
«mun son de los parientes ó amigos de una familia; dan
«vueltas por toda la ciudad sin parar ni descansar en toda
«la noche, hasta que los caballos se rinden. Entonces to-
«man otros y continuan su corrida con tanta vehemencia,
«que parece un pueblo desatado y frenético etc.....»

Esto sucedia en aquellos tiempos en que Puerto-Rico era, segun el mismo escritor, una carga pesada para la Metrópoli; ahora que se ha convertido en uno de los brillantes de la Corona, en esto, como en todo lo demás, ha habido muy notables variaciones. ¿Quién se atrevería á decir hoy que los naturales de ella no se detienen en vender ó empeñar lo mejor de su casa para lucir en una corrida? Mas aun: ¿Quién osaria repetir una de aquellas célebres cuanto vergonzosas Cantaletas que recordamos hasta los mas jóvenes, y en las cuales no se respetaba el honor, ni los secretos de las familias? La civilizacion y el buen juicio