tan poca agua que se enjuta en el estío, y laguna la propiamente tal.
Las tierras más bajas que son las que forman el fondo de los estanques o bañados, y que deben ser excelentes para arrozales y mimbreras, están todas cubiertas de un perenne yerbazal. En muchas de ellas crecen bien los sauces y deben prosperar todos los árboles acuáticos. La aptitud de las tierras altas para todo género de cultivo, sin que la sumersión perjudique las sementeras, está demostrada por la experiencia de los carapachayos o isleños, que siempre han recogido abundantes cosechas de sus pequeñas huertas, y con ensayos en mayor escala, hechos posteriormente por hombres inteligentes que han empezado a explotar en esa mina desconocida de riqueza vegetal. No hay que imaginarse prodigios de fructificación, en cuanto al tamaño de las producciones, como los racimos de la tierra de Canaan que necesitaba cada uno ser suspendido en una palanca entre dos hombres; pero sí, es verdaderamente prodigiosa la multiplicación de los granos y la abundancia de las frutas, y es también indudable que mejoran en calidad y en volumen. El maíz da cuatro mil por uno; y si los vastagos de las cepas gigantescas de la Palestina se plantasen en nuestra tierra de promisión, darían seguramente sus monstruosos racimos.
Las islas de mucha extensión suelen tener tierras elevadas, cubiertas de árboles en el centro de las lagunas, formando otras islas en el seno de cada isla. El descubrimiento de esos montes, jamás hollados por la planta del hombre, es un suceso que colma las aspiraciones, así como constituye la mayor riqueza del carapachayo laborioso, quien dispone como dueño absoluto de las maderas y demás