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y conmutarás en sueño la pendencia; y acuérdate que has de ser presidente de la Academia, y yo fiscal.

—Pardiez—dijo don Cleofás—, todo se me había olvidado con la pesadumbre; pero es razón que cumplamos nuestras palabras como quien somos.

Y habiéndose mudado de la posada de Rufina otra día a otra de la Morería, más recatada, pasaron los que faltaron para la academia en estudiar y escribir los sujetos que les habían dado y en hacer don Cleofás una oración para preludio della, como es costumbre y obligación de las presidencias de tales actos; y llegado el día, se aderezaron lo mejor que pudieron, y al anochecer partieron a la palestra, donde les esperaban tocos los ingenios com admiraciones de los suyos, y con los mismos antojos de la preñez pasada se fueron sentando en los lugares que les tocaban; y haciendo señal con la campanilla para obligar al silencio, don Cleofás, llamado el Engañado en la Academia, hizo una oración excelentísima en verso de silva, cuyos números ataron los oídos al aplauso y desataron los asombros a sus alabanzas. Y en pronunciando la última palabra, que es el Dici, volviendo a resonar el pájaro de plata, dijo:

—Yo quiero parecer presidente en publicar agora, después de mi oración, unas premáticas que guarden los divinos ingenios que me han constituído en esta dignidad; leyendo desta manera un papel que traía doblado en el pecho: