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Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado[1]; yo inventé las pandorgas[2], las jácaras[3], las papalatas, los comos[4], las mortecinas, los títeres, los volatines, los saltambancos, los maesecorales[5], y, al fin, yo me llamo el Diablo Cojuelo.

Con decir eso—dijo el Estudiante—hubiéramos ahorrado lo demás: vuesa merced me conozca por su servidor; que hay muchos días que le deseaba conocer. Pero ¿no me dirá, señor Diablo Cojuelo, por qué le pusieron este nombre, a diferencia de los demás, habiendo todos caído desde tan alto, que pudieran quedar todos de la misma suerte y con el mismo apellido?

—Yo, señor don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, que ya le sé el suyo, o los suyos—dijo el Cojuelo, porque hemos sido vecinos por esa dama que galanteaba y por quien le ha corrido la justicia esta noche, y de quien después le contaré maravillas, me llamo desta manera porque fuí el primero de los que se levantaron en el rebelión celestial, y de los que cayeron y todo; y como los demás dieron sobre mí, me estropearon, y ansí, quedé más que todo señalado de la mano de Dios y de los pies de todos los diablos, y con este sobrenombre; mas no por eso menos ágil para todas las facciones que se ofrecen en los países bajos, en cuyas


  1. Bailes populares.
  2. Música ruidosa.
  3. Cantares de rufianes.
  4. Burlas.
  5. Prestidigitadores.