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tista que vive pared y medio dél, el uno a cansar ministros y el otro a casar todo el linaje humano; que solamente tú, por estar tan alto, estás seguro deste demonio, que en algún modo lo es más que yo. Vuelve los ojos y mira aquel cazador mentecato del gallo (1), que está ensillando su rocín a estas horas y poniendo la escopeta debajo del caparazón, y deja de dormir de aquí a las nueve de la mañana por ir a matar un conejo, que le costaría mucho menos aunque le comprara en la despensa de Judas. Y al mismo tiempo advierte cómo a la puerta de aquel rico avariento echan un niño, que por partes de su padre puede pretender la beca del Antecristo, y él, en grado de apelación, da con él en casa de un señor que vive junto a la suya, que tiene talle de comérselo antes que criallo, porque ha días que su despensa espera el domingo de casi ración (2). Pero ya el día no nos deja pasar adelante; que el agua ardiente y el letuario (3) son sus primeros crepúsculos, y viene el sol haciendo cosquillas a las estrellas, que están jugando a salga la parida, y dorando la píldora del mundo, tocando al arma a tantas bolsas y talegos y dando rebato a tantas ollas, sartenes y cazuelas, y no quiero que se valga de mi industria para ver los secretos que le negó la noche: cuéstele brujuleallo por resquicios, claraboyas y chimineas.

Y volviendo a poner la tapa al pastelón, se bajaron a las calles.

(1) De la hora de madrugada.

(2) Alusión a Cuasimodo.

(3) Conserva alimenticia.