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dijo el Cojuelo—; que no es salto para de burlas.

Y te espantas de pocas cosas: que sin este enamorado murciélago, hay otros ochenta, para quien tiene repartidas las horas del día y de la noche.

Por vida del mundo—dijo don Cleofás—que la tenía por una santa!

—Nunca te creas de ligero—le replicó el Diablillo. Y vuelve los ojos a mi Astrólogo, verás con las pulgas y inquietud que duerme: debe de haber sentido pasos en su desván y recela algún detrimento de su redoma. Consuélese con su vecino, que mientras está roncando a más y mejor, le están sacando a su mujer, como muela, sin sentillo, aquellos dos soldados.

—Del mal lo menos—dijo don Cleofás—; que yo sé del marido ocholurmiente que dirá cuando despierto lo mismo.

—Mira allí—prosiguió el Cojuelo—aquel barbero, que soñando se na levantado, y ha echado unas ventosas a su mujer, y la ha quemado con las estopas las tablas de los muslos, y ella da gritos, y él, despertando, la consuela diciendo que aquella diligencia es bueno que esté hecha para cuando fuere menester. Vuelve allí los ojos a aquella cuadrilla de sastres que están acabando unas vistas (1) para un tonto que se casa a ciegas, que es lo mismo que por relación, con una doncella tarasca, fea, pobre y necia, y le han hecho creer al contrario con un retrato que le trujo un casamentero, que a estas horas se está levantando con un plei(1) Vestidos que el novio envía a su futura.