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medio en ello. Apretóle don Cleofás, como más amigo de saber, que le dijese la causa de aquel alboroto; que no se habían de volver a acostar sin descifrar aquel misterio. El Huésped le dijo muy severo que era un estudiante de Madrid, que había dos u tres meses que entró a posar en su casa, y que era poeta de los que hacen comedias, y que había escrito dos, que se las habían chillado en Toledo y apedreado como viñas, y que estaba acabando de escribir la comedia de Troya abrasada, y que sin duda debía de haber llegado al paso del incendio, y se convertía tanto en lo que escribía, que habría dado aquellas voces; que por otras experiencias pasadas sacaba él que aquello era verdad infalible como él decía; que para confirmallo subiesen con él a su aposento y hallarían verdadero este discurso.

Siguieron al Huésped todos de la suerte que estaban, y entrando en el aposento de tal poeta, lo hallaron tendido en el suelo, despedazada la media sotanilla, revolcado en papeles y echando espumarajos por la boca, y pronunciando con mucho desmayo: "Fuego, fuego!", que casi no po día echar la habla, porque se le había metido monja. Llegaron a él muertos de risa y llenos de piedad todos, diciéndole:

—Señor Licenciado, vuelva en sí y mire si quiere beber o comer algo para este desmayo.

Entonces el poeta, levantando como pudo la cabeza, dijo:

—Si es Eneas y Anquises, con los Penates y