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silencio de las sombras, como lo demás del mundo, el mesón de la Sevillana el natural vasallaje con el sueño, que solas [las] grullas, los murciélagos y lechuzas estaban de posta a su cuerpo de guardia, cuando a las dos de la noche unas tcmerosas voces que repetían: "Fuego, fuego!", despertaron a los dormidos pasajeros, con el sobresalto y asombro que suele causar cualquier alboroto a los que están durmiendo, y más oyendo apellidar "fuego!", voz que con más terror atemoriza los ánimos más constantes, rodando unos las escaleras por bajar más apriesa; otros, saltando por las ventanas que caían al patio de la posada; otros, que, por las pulgas u temor de las chinches, dormían en cueros, como vinagre, hechos Adanes del baratillo, poniendo las manos donde habían de estar las hojas de higuera, siguiendo a los demás, y acompañándolos don Cleofás, con los calzones revueltos al brazo y una alfajía que, por no encontrar la espada, halló acaso en su aposento, como si en los incendios y fantasmas importase andar a palos ni a cuchilladas, natural socorro del miedo en las repentinas invasiones.

Salió, en esto, el Huésped en camisa, los pies en unas empanadas de Frenegal, cinchado con una faja de grana de polvo (1) el estómago, y un candil de garabato en la mano, diciendo que se sosegašen; que aquel ruido no era de cuidado; que se volviesen a sus camas, que él pondría re(1) Teflda.