Página:El diablo cojuelo (1919).pdf/72

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
70
 

tosa al más ciego gentil obliga a rastrear que la mano de su artífice es de Dios, y de gran Dios, le dijo al camarada:

—No me dirás, pues has vivido en aquellos barrios, si esas estrellas son tan grandes como esos astrálogos dicen cuando hablan de su magnitud, y en qué cielo están, y cuántos cielos hay, para que no nos den papillas (1) cada día con tantas y tan diversas opiniones, haciéndonos bobos a los demás con líneas y coluros imaginados, y si es verdad que los planetas tienen epiciclos, y el movimiento de cada cielo, desde el primer móvil al remiso y al trepidante, y dónde están los signos de estos luceros escribanos, porque yo desengañe al mundo y no nos vendan imaginaciones por verdades?

El Cojuelo le respondió:

—Don Cleofás, nuestra caída fué tan apriesa, que no nos dejó reparar en nada; y a fe que si Lucifer no se hubiera traído tras de sí la tercera parte de las estrellas, como repiten tantas veces en los autos del Corpus, aún hubiera más en que haceros más garatusas la Astrología. Esto todo sea con pendón del antojo del Galileo y el del gran don Juan de Espina, cuya célebre casa y peregrina silla son ideas de su raro ingenio; que yo hablo de antojos abajo, como de tejas, y salvo la óbtica destos señores antojadizos que han descubierto al sol un lunar en el lado izquierdo, y en la luna han linceado montes y valles, y han (1) Nos engafien.