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visto a Venus cornuta. Lo que yo sé decir, que el poco tiempo que estuve por allá arriba nunca of nombrar la Bocina, el Carro, la Espica Virginis, la Ursa major ni la Ursa minor, las Pléyades ni las Helíades, nombres que los de la Astrología les han dado, y esa que llamaron Via Láctea, y ahora los vulgares Camino de Santiago, por donde anda tanto el cojo como el sano; que si esto fuera así, yo también, por lo cojo, había de andar por aquel camino, siendo hijo de vecino de aquella provincia.

Ya en estas razones últimas se había agradecido al sueño el tal don Cleofás, dejando al compañero de posta (1), como grulla de la otra vida, cuando un gran estruendo de clarines y cabalgaduras le despertó sobresaltado, recelando que se le llevaba a otra parte más desacomodada el que le había agasajado hasta entonces; pero el Diablillo le sosegó, diciendo:

—No te alborotes, don Cleofás; que, estando conmigo, no tienes que temer nada.

—Pues ¿qué ruido tan grande es éste?—le replicó el Estudiante.

—Yo te lo diré—dijo el Cojuelo, si acabas de despertar y me escuchas con atención.

TRANCO VII

El Estudiante se incorporó entonces, supliendo (1) Centinela.