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ra, sobre las barajas de un testamento que había hecho unos días antes y descubrieron en un escritorio unos deudos suyos, y estaba la justicia poniendo en razón esta litispendencia. Y el Cojuelo y don Cleofás, que habían dormido hasta las dos de la tarde, por haber andado rondando la noche antes, la mayor parte della, por Sevilla, después de haber comido algunos pescados regalados de aquella ciudad y del pan que llaman de Gallegos, que es el mejor del mundo, y habiendo dormido la siesta (bien que el compañero siempre velaba, haciendo diligencias para lisonjear a su dueño en razón de su delito), se subieron al dicho terradocomo la tarde antes, y enseñándole algunos particulares edificios a su compañero, de los que habían quedado sin referir la tarde antes en aquel golfo de pueblos, suspiró dos veces don Cleofás, y preguntóle el Cojuelo:

— De qué te has acordado, amigo? ¿Qué memorias te han dividido esas dos exhalaciones de fuego desde el corazón a la boca?

—Camarada—le respondió el Estudiante—, acordéme de la calle Mayor de Madrid y de su insigne paseo a estas horas, hasta dar en el Prado.

—Fácil cosa será verledijo el Diablillo—tan al vivo como está pasando agora: pide un espejo a la Huéspeda y tendrás el mejor rato que has tenido en tu vida; que aunque yo, por la posta, en un abrir y cerrar de ojos, te pudiera poner en él (1), porque las que yo conozco comen alas del (1) En el Prado.