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viento por cebada, no quiero que dejemos a Sevilla hasta ver en qué paran las diligencias de Cienllamas y las de tu dama, que viene caminando acá, y me hallo en este lugar muy bien, porque alcanzan a él las conciencias de Indias.

A este mismo tiempo subía a su terrado Rufina María, que así se llamaba la Huéspeda, dama entre nogal y granadillo, por no llamarla mulata, gran piloto de los rumbos más secretos de Sevilla, y alfaneque de volar una bolsa de bretón (1) desde su faldriquera a las garras de tanta doncelliponiente como venían a valerse della. Iba en jubón de holanda blanca acuchillado, con unas enaguas blancas de cotonía, zapato de ponleví (2), con escarpin sin media, como es usanza en esta tierra entre la gente tapetada (3), que a estas horas se subía a su azotea a tocar de la tarántula (4), con un peine y un espejo que podía ser de armar; y el Cojuelo, viendo la ocasión, se le pidió con mucha cortesía para el dicho efeto, diciendo; —Bien puede estar aquí la señora Huéspeda; que yo sé que tiene inclinación a estas cosas.

—¡Ay, señor!—respondió la Rufina María—, si son de la nigromancia, me pierdo por ellas; que nací en Triana, y sé echar las habas y andar el cedazo mejor que cuantas hay de mi tamaño, y tengo otros primores mejores, que fiaré de vuesas (1) Pájara que sabía hacer volar una bolsa de extranjero.

(2) Puente levadízo: forma de zapato de moda francesa.

(3) De cuero negro, (4) Peinarse con la tarántula de sus dedos.