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Allí viene—dijo el Cojuelo el conde de Oropesa y Alcaudete, sangre de Toledo, Pimentel y de la real de Portugal, príncipe de grandes partes; y el que va a su mano derecha es el Conde de Luna, su primo, Quiñones y Pimentel, señor de la casa de Benavides en León, hijo primogénito del Conde de Benavente, que es Luna que también resplandece de día. El Conde de Lemos y Andrade, marqués de Sarria, pertiguero mayor de Santiago, Castro y Enríquez, del gran Duque de Arjona, viene en aquel coche, tan entendide y generoso como gran señor. Y en esotro, el Conde de Monterrey y Fuentes, presidente de Italia, que ha venido de ser Virrey de Nápoles, dejando de su gobierno tanto aplauso a las dos Sicilias y sucediéndole en esta dignidad el Duque de las Torres, marqués de Liche y de Toral, señor del castillo de Aviados, sumiller de corps de su Majestad, príncipe de Astillano y duque de Sabioneta, que este título es el más compatible con su grandeza; a quien acompaña, con no menos sangre y divino ingenio, en Italia, el marqués de Alcañizas, Almansa, Enríquez y Borja. Allí viene el Condestable prudentísimo Velasco, gentilhombre de la cámara de su Majestad, con su hermano el Marqués del Fresno. El Duque de Híjar le sigue, Silva, y Mendoza, y Sarmiento, marqués de Alenquer y Ribadeo, gran cortesano y hombre de a caballo grande en entrambas sillas, que por el último título que hemos dicho tiene previlegio de comer con los Reyes la Pascua deste nombre. Va