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José Ingenieros

tiga fatalmente, por esa gravitación que abisma á los perversos como si fueran globos desinflados. Su corazón es sensible á las pulsaciones de los ajenos, abriéndose á toda hora para adulcir las penas de un desventurado y previniendo sus necesidades para ahorrarle la humillación de pedir ayuda; hacen siempre todo lo que pueden, poniendo en ello tal afán que trasluce el deseo de haber hecho más y mejor. Aprueban y estimulan cualquier germen de cultura, prodigando su aplauso á toda idea original y compadeciendo á los ignorantes sin reproches inoportunos; su cordialidad sincera con los espíritus humildes no está corroída por la urbanidad convencional.

Esas pequeñas virtudes son usuales, de aplicación frecuente, cuotidiana; sirven para distinguir al bueno del mediocre y difieren tanto de la honestidad como el buen sentido difiere del sentido común. Importan una elevación sobre la mediocridad; los que saben practicarlas merecen los elogios que tan pródigamente se les tributan. Desde Platón y Plutarco está hecha su apología; ello no impide su asidua reiteración por escritores que glosan en estilo menos decisivo la socorrida frase de Hugo: «Il se fait beaucoup de grandes actions dans les petites luttes. Il y a des bravoures opiniatres et ignorées qui se défendent pied á pied dans l'ombre contre l'envahissement fatal des nécessités. Noble et mistérieux triomphe qu'aucun regard ne voit, qu'aucune renommée ne paye, qu'aucune fanfare ne salue. La vie, le malheur