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El hombre mediocre

, l'isolement, l'abandon, la pauvreté, sont des champs de bataille qui ont leurs héros; héros obscurs plus grands parfois que les héros illustres».

No olvidemos, sin embargo, que esas virtudes son pequeñas; es grave error oponerlas á las grandes. Ellas revelan una loable tendencia, pero no pueden compararse con el asiduo celo de perfección que convierte la bondad en virtud. Para esto se requiere cierta intelectualidad superior; las mentes exiguas no pueden concebir un gesto trascendente y noble, ni sabría ejecutarlo un carácter amorfo. Á los que dicen: «no hay tonto malo», podría respondérseles que la incapacidad del mal no es bondad. Aún está por resolverse el antiguo litigio que proponía á elegir entre un imbécil bueno y un inteligente malo; pero está seguramente resuelto que la imbecilidad no es una presunción de virtud, ni la inteligencia lo es de perversidad. Ello no impide que muchos mediocres protesten contra el ingenio y la ilustración, glosando la paradoja de Rousseau, hasta inferir de ella que la escuela puebla las cárceles y que los hombres más buenos son los torpes é ignorantes.

Sócrates enseñó—hace de esto algunos años—que la Ciencia y la Virtud se confunden en una sola y misma resultante: la Sabiduría. Para hacer el bien, basta verlo claramente; no lo hacen los que no lo ven; nadie sería malo sabiéndolo. El hombre más inteligente y más ilustrado puede ser el más bueno; «puede» serlo, aunque no siempre