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El hombre mediocre

cuantos lo reclaman en nombre de escuelas filosóficas, sistemas de moral, credos de religión, fanatismos de secta ó dogmas de estética. La formación de ideales nace del temperamento individual, aparte de todo catecismo ó programa. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como idealistas; y tantos idealistas como hombres ansiosos de perfección.

El idealismo no es privilegio de las doctrinas espiritualistas que desearían oponerlo al materialismo; ese equívoco se duplica al sugerir que la materia es la antítesis de la idea, después de confundir al ideal con la idea y á ésta con el alma espiritual ó incorpórea. Se trata, en suma, de un juego de palabras, secularmente repetido por sus beneficiarios. El criterio de perfección en el conocimiento de la Verdad puede animar con igual ímpetu al filósofo monista y al dualista, al místico y al ateo, al estoico y al pragmático. El particular ideal de cada uno concurre al ritmo total de la perfección posible, antes que obstar al esfuerzo similar de los otros.

Y es más estrecha la tendencia á confundir el «idealismo», que se refiere á los «ideales», con las tendencias filosóficas así denominadas porque oonsideran á las «ideas» más reales que las cosas, ó presuponen que ellas son la realidad única, forjada por nuestra mente, como en el sistema hegeliano. «Ideólogos» no puede ser sinónimo de «idealistas», aunque el mal uso induzca á ello.

Ni podríamos restringirlo al idealismo de ciertas