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El hombre mediocre

dad en todos; lo es solamente en los caracteres firmes. Los mediocres, forzados á venerar su sombra, precipítanse en lo turbio.

Las preocupaciones igualitarias, reinantes en las mediocracias contemporáneas, exaltan á los domésticos. El brillo de la gloria sobre las frentes elegidas deslumbra á los ineptos, como el hartazgo del rico encela al miserable. El elogio del mérito es un estímulo para su simulación. Obsesionados por el éxito, é incapaces de soñar la gloria, muchos impotentes se envanecen de méritos ilusorios y virtudes secretas que los demás no reconocen; créense actores de la comedia humana; entran á la vida construyéndose un escenario, grande ó pequeño, bajo ó culminante, sombrío ó luminoso; viven con perpetua preocupación del juicio ajeno sobre su sombra. Consumen su existencia sedientos de distinguirse en su órbita, de ocupar á su mundo, de cultivar la atención ajena por cualquier medio y de cualquier manera. La diferencia, si la hay, es puramente cuantitativa entre la vanidad del escolar que persigue diez puntos en los exámenes, la del político que sueña verse aclamado ministro ó presidente, la del novelista que aspira á ediciones de cien mil ejemplares y la del asesino que desea ver su retrato en los periódicos.

La exaltación del amor propio, peligrosa en los espíritus vulgares, es útil al hombre que sirve un Ideal. Éste la cristaliza en dignidad; aquéllos la degeneran en vanidad. El éxito envanece á los